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2 6 ADAN NUNCA FUE INOCENTE camino. Pero la decisión amorosa, eterna, del Padre, de dar a los hom­ bres-su vida divina no podía fallar (Cfr. Rm 8 , 35 - 39 ). La caridad del Padre encuentra un recurso para apiadarse de aquella masa de pe­ cadores y pone en marcha una nueva economía o forma de adminis­ trar los recursos de su gracia, una nueva historia de salvación. Ahora mejor fundada, sobre el segundo Adán, sobre Cristo, cuya encarna­ ción es decidida por el Padre para restaurar la antigua economía arrui­ nada. Y por cierto en forma extraordinariamente mejorada: O felix culpa quae talem ac tantum meruit habere redemptorem **. Creemos legítimo calificar de hamartiocéntrica la perspectiva aquí adoptada para reflexionar sobre la actual economía de salvación. Hu­ bo otra historia o economía de salvación, la paradisíaca, la adánica; pero dio en quiebra, fracasó como tal, por obra de Adán pecador. La actual, en que todos somos atendidos por Dios, parte del hecho del pecado original y es provocada por él. Con ocasión de él aparece Cris­ to en nuestra historia y nunca de otra manera. Porque la caduca eco­ nomía paradisíaca no tenía a Cristo, no tenía un mediador, sino que era directamente teocéntrica. Ahora la humanidad se llega al Padre por medio de Cristo y sólo por medio de El llega la caridad del Padre a los hombres. El hecho de Cristo marca una diferencia cualitativa entre ambas economías: la primera sin Cristo y la segunda con Cris­ to. Sin entrar ahora en una crítica a fondo del tema, preguntamos úni­ camente si una lectura comprensiva de la Biblia permite hablar de cualquier momento, aunque sólo sea inicial, en oue no esté Cr i s t os i es legítima esta dualidad de economías o historia de salvación, en que la más noble, la de Cristo, aparece como un sucedáneo, un dispo­ sitivo de repuesto para restaurar las ruinas del pecado original. Vista la secuencia entera de la creación natural y sobrenatural, el mejor bien. Cristo, en cuanto obra de Dios, no puede estar ocasionado por los ac­ tos fallidos de los hombres. Más bien es lo contrario. Cristo es la ra­ zón de ser de todo cuanto acontece; incluso del pecado, permitido por Dios para poder revelar la riqueza de gracia que había encerrada en El. Finalmente, no parece tener sentido aceptable pensar que Dios nos ha­ 44. Como ejemplo de esta forma de proponer y resolver la cuestión puede verse C.R. B IL LU A R T , Tractatus de Incarnatione, dissert. III, art. III. Además de este presupuesto teológico influyó decisivamente en estos teólogos el presupuesto cultural de una visión fijista y precientífica sobre el origen del mundo y del hombre.

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