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ALEJANDRO DE VILLALMONTE 25 teologal de Adán inocente hubo de ser de la máxima elevación posi­ ble dentro de la condición de un hombre todavía viador. Por eso la teología tradicional era generosa en acumular perfecciones sobrena­ turales, preternaturales y naturales en el Adán paradisíaco. Con ello estaba creando las condiciones de posibilidad para que el gran pecado (grande, al menos, por sus consecuencias), el pecado orginante, pudie­ ra tener fuerza bastante para convertir a toda la humanidad en massa peccati. Concluido este razonamiento, luego fue fácil encontrar en la Biblia textos que lo confirmasen. Ya veremos por qué y con qué fun­ damento. Esta figura de Adán inocente, creada por los teólogos para satis­ facer sus necesidades intelectuales, cumplió, durante siglos, una doble función: por un lado justificaba y defendía, hasta el límite de lo po­ sible, la bondad de Dios al crear al hombre, y su santidad en el feo negocio del pecado. Dios no sólo no provocó la situación pecadora del hombre, sino que, en cuanto estuvo de su parte, creó a Adán equipa­ do de todas las energías naturales y sobrenaturales (la gracia y santi­ dad) suficientes y sobreabundantes para evitar el pecado, muerte del al­ ma ; para evitar la necesidad de morir (don de inmortalidad), para su­ perar la división interna y el dolor externo (don de integridad y otros). Además, este estado de excepcional perfección acumulaba sobre el hom- bre-Adán la máxima responsabilidad en el momento de pecar. Y en re­ ferencia a Dios, Este aparece cargado de razón cuando permite que la humanidad caiga en la muerte y sufrimientos que ella misma esco­ gió. Exponiendo los contenidos de esta perspectiva hamartiocéntrica en forma más ordenada y sistemática — para nuestro modo de captar las cosas— resulta este proceso: Dios, a impulsos de su caridad pater­ nal (Ef i, 1 - 14 ) decide, antes de la creación del mundo, dar a los hombres todos participación en su vida divina íntima; los destina al fin sobrenatural, según el lenguaje de la teología. Con este fin pone en marcha la creación entera; a su cumbre el hombre y a éste, en Adán, lo crea en una perfección natural y sobrenatural tan cumplida como ya sabemos. Adán peca y todos en él pecaron. La humanidad se transforma en massa peccati, massa damnata, según frase agustiniana. Con este pecado adámico la primera y originaria economía o forma concreta, histórica, de «administrar» los medios de salvación, quie­ bra radicalmente y queda liquidada. No es posible continuar por ese 2

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