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ALEJANDRO DE VILLALMONTE 15 trar en crisis desde los años 6 o ; e incluso ha sido del todo eliminada por los teólogos que mencionamos en seguida. Los últimos años se ha dado un paso más en la reducción y reti rada hacia el interior. Se salvaría lo substancial de la enseñanza tra dicional, especialmente en la formulación que de la misma nos hace el Concilio Tridentino, reteniendo que Adán poseyó realmente la gracia interna, la santidad y justicia que le hacía capaz de una decisión an te Dios, de actos por los cuales, fuese acepto a Dios en orden a la vi da eterna. En esta hipótesis no sería necesario hablar de los dones pre ternaturales y menos de sus repercusiones externas asequibles a la ex periencia. Y así, el Adán histórico (en esquema poligenista, la huma nidad originaria) tendría la gracia interna de la justificación, aún cuan do su vida empírica y concreta, y en cuanto a su nivel cultural, haya de ser considerado, sin inconveniente ninguno para el teólogo, como un auténtico primitivo, incapacitado aún para hacer historia y crear cultura a nivel apreciable. Como testigo de esta situación y tendencia citamos a C. Baumgart ner: «El paraíso terrenal, finalmente, no es otra cosa que el anuncio velado, el símbolo del cielo de la Jerusalén celestial, de la vida eterna junto a Dios, prometida desde los orígenes al hombre por la benevo lencia del Creador. Sin embargo, el paraíso no designa solamente una realidad puramente escatológica. Es también el símbolo del don de la gracia hecho a la humanidad desde su primera aparición sobre la tierra, esto es, desde el comienzo efectivo, pero oculto, de la vida di vina y eterna que no se manifestará ni alcanzará su plenitud hasta el fin de los tiempos» 2:!. Así pues, Baumgartner admite que el hombre (o grupos humanos integrantes de la humanidad originaria) estuvo ya en posesión efectiva de la gracia santificante, aunque todavía no fuese en el grado perfecto que imaginaba la teoría tradicional. El hombre de la humanidad primordial no sólo ha sido llamado por el acto creador a la participación de la vida de Dios, ha recibido además el don de la gracia 24. Como el autor no concreta más su pensamiento, hay que en tender que, según él, la humanidad originaria poseyó la gracia santi ficante en forma real, con posesión formal; si bien no habría que pen 23. C. BAUMGARTN ER , El pecado original, Herder, Barcelona 1971, p. 215. 24. C. BAUMGARTN ER , ob. cit., p. 215, 75-84.
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