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G. ZAMORA 3 1 3 pugna entre las facultades universitarias, concretamente artes y teo- logia, en la que ya librara Kant una batalla en solitario por los fueros de la filosofía. Curiosamente, las tornas aparecen ahora cambiadas: el régimen no está, como en tiempos de Federico Guillermo II, del lado de los teólogos para imponer silencio a los filósofos, sino patrocinando al más grande de éstos, que utilizaba como su ariete. En línea ideoló- gica, el conflicto se debatía entre los banderizos de la sola fe, que re pudiaban toda filosofía como obra del diablo, y la afirmación de la com patibilidad, más aún, necesidad de ambas. En el terreno práctico la pugna se agudizó hasta el extremo de prohibir el ministerio de cultos a la facultad de teología la colación del grado de licenciado en tanto no mostraran sus aspirantes más formación «científica», es decir, filo sófica. A uno de los abanderados de aquella teología, el profesor Augus to Neander, le fue retirado el permiso de enseñar dogmática y moral, porque no lo hacía según aquel patrón. A Schleiermacher se le hizo sa ber que no debía separar siempre los cursos teológicos de los de filoso fía, sino tenerlos conjuntamente, a lo que repuso no entenderlo. Los contrincantes llegaron al insulto, y uno de los zelotes antihe- gelianos hubo de marchar, poco menos que exiliado, a Koenisberg, justamente al foco donde Kan t había irritado tan acremente a otros teólogos evangélicos, con menos fortuna para él, en el reinado an te rior. No es chocante aue los dos ’grandes’ de la filosofía ’prusiana’ ra zonaran su propia defensa, en parecidas circunstancias, de modo pare cido : Hegel, alegando que la inteligencia de las cosas está reservada a muy pocos, a sólo los espíritus particularmente organizados para las ciencias; Kant, replicando sumisamente a la amonestación de su poco ’ilustrado’ soberano que su criticada obra La religión en los límites de la razón no era accesible al pueblo, sino ininteligible para él y como ce rrada con siete sellos, al alcance únicamente de las facultades en lid, por lo cual mal podría perjudicar a la fe popular. En 1828 , estando, bajo el rectorado de Marheineke, la contienda en toda su crudeza, se desahogaba en estos términos un candidato a grados y cátedra de teo log ía: «Ya ves cuán peligroso es entrar aquí de profesor: si eres hegeliano, tienes en tu favor al ministerio, y en con tra a casi toda la facultad, y viceversa». En este episodio, como en el de los demagogos, hacía Hegel a la vez su propia guerra y la del ministerio, pero de sus consecuencias a
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