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312 HEGEL REDIVIVO en la mente de los responsables de Prusia ató los cabos necesarios para atraer a Hegel a Berlín? T an cierto es que sus fines eran compatibles como que no eran idén­ ticos con los del propio interesado. Cuando se lo propuso a su soberano, Altenstein exteriorizó alguna causa de índole política, más el peso gra­ vitaba sobre las de orden intelectual y académico. Quizá aludiera vela- damente, con ellas, a lo que constituyó, según el historiador H . Leo, la verdadera y última motivación. En un testimonio innegablemente tardío y confidencial ( 1857 ), pero que recoge impresiones mucho más tempranas, nacidas cuando el testigo asistía a clases de Hegel, sospe­ cha Leo que éste no fue sino un instrumento inconsciente de los desig­ nios de sus protectores. Altenstein lo habría llamado para crear en la capital una contrapartida eficaz a la aristocracia intelectual berlinesa, marginarla y liberarse por este medio de su tiranía. La élite de la mis­ ma estaba formada por Savigny, de W ette, Shleiermacher, la Acade­ mia de las Ciencias, etc. Aunque abundan los indicios de que en su primer año berlinés Hegel departía como un amigo más con todos ellos, participando en sus excursiones, en las que brindaban por algún héroe popular de las recientes guerras, y entonaban el «Sind wir vereint zur guten Stunde», la unión y simpatía no fueron duraderas, declinando a sorda oposición y luego a fiera crítica contra la persona y filosofía del advenedizo de Heidelberg. La rivalidad era seguida con obvio interés por los estudiantes, y quedó reflejada en sus reacciones a este respecto. Entre ellos sentenciaba un buen exponente, afecto a Schleiermacher en teología y a Hegel en filosofía, que aquél no debiera avergonzarse, en punto a músculo y método especulativos, de ir a la escuela de éste. De tal modo iba logrando el ministerio su propósito de que el protegi­ do actuara en medio de los intelectuales y estudiantes como un reac­ tivo químico, y una fuerza de igual o mayor potencia que la de ellos, aunque a expensas de la fama del filósofo. Este no se recataba de en­ dosar plenamente, en algunos aspectos, la actitud de su gobierno, como en el asunto de los «demagogos», entre los que se contaba de W ette, que hubo de marchar al destierro. Otro punto en que tampoco disimuló su apoyo al régimen fue en la querella de éste con ciertos círculos eclesiásticos, especialmente lu te­ ranos, si bien la naturaleza del asunto mancomunó aquí los esfuerzos de ambos desde el primer momento. Era como un rebrote de la vieja

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