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G. ZAMORA 311 ¿Cómo se compaginan estos dos rasgos, aparentemente tan encon trados, en la personalidad de Hegel? ¿H ab ría que adscribir uno al la do exotérico, público, oficial, de la misma y el otro al oculto, estricta mente privado? Sus doxógrafos pueden ayudar a comprender el enigma. Ellos nos presentan al filósofo tomando su decisión de ir a Berlín movido por factores diversos: gozar de una seguridad política más es table que la disfrutada por él en estadios anteriores de su v ida; alcan zar la holgura económica imprescindible para su magisterio; salir de centros provincianos; relacionarse ccn la más alta sociedad de un pa ís; conseguir para su filosofía la primera tribuna de A lemania... En tre to dos ellos reaparece una y otra vez el motivo económico, pues las difi cultades de esta índole no quedaron a cubierto nunca. En 1822 es Al- tenstein, quien le comunica haberle sido concedido no sólo los 300 tá leros que el año anterior había solicitado, sino la misma cantidad para el siguiente, y que empeña su palabra con vistas al futuro, a fin de que el filósofo pueda vivir completamente tranquilo, y darse algún garbeo en viaje de estudios o de descanso. En 1829 sería el propio Hegel el que se dirige al ministro, fiado en su «nunca defraudada confianza», para que le ayude a afrontar los gastos de la visita a un balneario y del concomitante viaje de recuperación. Ponderando la necesidad que de todo ello tenía, no dudaba poner en la balanza sus propios méritos, es pecialmente los científicos y los éticos, cifrados los últimos en su leal tad al Poder. La ayuda que mendigaba por motivos de salud podía in cluso, a juicio del paciente, apuntalar «la vida de un hombre, que está seguro de haberse dedicado siempre fiel, seria y abnegadamente, du rante los casi once años de actividad aquí, a la ciencia para cuya ense ñanza fue llamado, y de haber correspondido en la medida de sus fuer zas a las difíciles exigencias que V. Exea, impone con justicia al pro fesor público de filosofía hoy». El ministro atendió no sólo a este rue go, sino a muchos otros, como los concernientes a la carrera de los h i jos del filósofo. Ese mecenazgo podía, sin embargo, comprometer la libertad política del catedrático, y así lo vieron algunos críticos de la misma, no siempre mal intencionados. Más ¿cuál era, en el fondo, la ’razón de Estado’ que 6 . C o n e l r é g im e n y p o r l a r e v o l u c ió n
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