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310 HEGEL REDIVIVO En la década última de su vida le granjeó la compenetración con los ideales del ministerio prusiano de instrucción pública sus triunfos civiles y académicos de mayor prez, como la entrada en la Academia de las Ciencias, el rectorado de la universidad, el título de caballero de la Orden del Aguila Roja, y hasta la acuñación de una medalla conme morativa, trabajo que su suegra afirmaba estar ejecutado con exquisi to arte, y del que un grabador berlinés aseguró que rara vez se tendría ante sí joya más bella en su género. La medalla era obra primorosa del joven escultor A. L. Held ( 1805 - 1839 ); autores del proyecto habían sido los discípulos del filó sofo. El ministro Altenstein se congratulaba ante J. Schulze por la idea, no menos que por su realización. A su juicio, todo era un merecido éxi to de Hegel, cuya efigie en pose de filósofo antiguo henchía el anverso, orlada de grandeza. «Haber llegado a suscitar entre sus oyentes una iniciativa como ésa es buen indicio — decía un magnate al otro— en favor del ascendiente del hombre que supo enseñar con tan ta seriedad una ciencia tan se ria : me llena de gozo el ver reconocido tan pública mente a quien considero digno de las mayores distinciones en el campo de la ciencia y de la actuación». Hegel en persona, sin dar importancia a la fiebre que lo consu mía, fue a llevar dos ejemplares de la medalla a K. F. Zelter, uno de ellos dedicado a Goethe. Comparando la imagen con la realidad que veía ante sí, Zelter anotó que ésta más parecía su sombra. El interesado estaba mucho más complacido que ante la litografía hecha dos años antes por el pintor J. L. Sebbers. En contra de la d ifu sión de ésta desplegaron los Hegel un celo no menor que en favor de la de aquélla. Al remitir Frau Hegel tres copias de la medalla a la hermana del filósofo (una de ellas para el médico Schelling) le advertía tener el propio retratado la culpa de no habérsele enviado a ella ninguna lito grafía : «él no puede soportar semejante imagen, a causa del desagra dable parecido, y también de las palabras tomadas, sin su permiso, de la Lógica, que ni vienen a cuento ni contienen pizca de gracia». Veía se, en efecto, a Hegel en traje de faena, sentado en su cuarto de estu dio y cubierto con su bata de trabajo, '«pose indudablemente más ap to para el rincón familiar que para el público».
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