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308 HEGEL REDIVIVO b a tado r: más bien, lo que ante todo sorprendía en su conjunto era al­ go así como un aire de honrada llaneza de viejo burgués. Inolvidables le parecieron a Otho los rasgos del semblante, en el que no marcara su mueca ninguna pasión perturbadora, sino su acción un in in terrum ­ pido pensar. Era el surco de cuarenta años de búsquedas y hallazgos, y otros tantos de esfuerzo por acrisolar y desplegar el contenido de la intuición filosófica originaria. Si el visitante esperaba verse muy pronto bajo una lluvia de abs­ tracciones, o acosado por preguntas de calado metafísico, el visitado se descolgó con el relato trivial de su reciente viaje por Holanda ( 1822 ): Hegel describía lo que allí había visto, con tan ta precisión, que el mo­ zo se sintió trasladado a sus campos de tulipanes, a los canales y moli­ nos, o a sus museos. El panorama cambió por completo pocos días después, al tener ante sí al profesor en funciones. Otho no lograba penetrar ni en el nú ­ cleo de la lección, ni siquiera en su envo ltu ra ; las ideas se le escapaban sin cesar, el acento suavo era una molestia constante; la fluidez en la dicción se veía entrecortada por la tos y el carraspeo, que truncaban casi cada frase. «No obstante los mentados inconvenientes y mi escasa inteligencia del discurso, su vista producía un respeto tan profundo, y un sentido de dignidad tan elevado, que me cautivaba sin remedio». Su impresión era también que a los ya iniciados en aquellas cla­ ses y avezados a esas dificultades se les antojaba claro cuanto Hegel profería. Aprehendida por él una verdad importante, levantaba la voz y sus ojos fulguraban sobre el auditorio, clavándola en el alma de sus discípulos con los términos más exactos. En tales momentos podía ex­ presarse con igual maestría sobre puras abstracciones que sobre los fe­ nómenos más abigarrados, y pasar de lo más general a lo más particu­ lar. De ahí su facilidad para describir las épocas y sucesos más dispares de la historia, y dotarles de racionalidad. Entre el conferenciante y sus temas reinaba tal equilibrio, que no era fácil decidir si aquél dom ina­ ba a éstos o éstos a aquél. Hegel, que había sido periodista, no desdeñaba el estar al día, in ­ cluso acerca de las menudencias más triviales de la vida cotidiana, o de las habladurías y comidillas de la ciudad. Recíprocamente, el peso de sus juicios se hacía sentir no sólo en el campo filosófico, sino en el de

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