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3 4 0 HEGEL REDIVIVO lejos que el maestro en aquella dirección, y la juventud comenzaba, según parece, a abarrotar el aula donde Gans explicaba la filosofía de Hegel, en tanto a las lecciones de éste concurrían escasamente media docena de oyentes . Tal vez lata en esas insinuaciones de los doxógrafos tan ta aver­ sión hacia Gans como ignorancia de las virtualidades del hegelianismo, al que aquél creía servir dócilmente. O quizás los años y las buenas re­ laciones con el Poder hubieran efectivamente anquilosado a Hegel. En su carta defuntoria a Cousin decía Gans con cierta cand idez: «Los dos médicos que le trataban han dictaminado que había muerto de cólera; ello es, sin embargo, muy dudoso, dada la ausencia total de los síntomas que acompañan generalmente a esa enfermedad». Y aña­ d ía : «Ha muerto tranquilamente, podría decirse que filosóficamente...» El francés, en su pésame a la viuda, le aseguraba que su dolor no era inferior sino al de ella, porque, como ella misma, le debía a Hegel las mejores horas de su vida, «y su pérdida es una desgracia de la que nunca podré reponerme». Apenas salido Hegel de escena y cortada con ello su actividad de escritor, entraba en una y otra el entusiasmo de sus discípulos, deci­ didos a erigirle el mejor monumento mediante la publicación de sus obras y biografía. El propio Gans debería correr con la responsabilidad de la última, tarea que luego no cumplió, pasando su cometido a J. F. Fr. Rosenkranz. En cambio, preparó la edición de la filosofía de la his­ toria ; Marheineke debía llevar adelante la de la filosofía de la religión, Otho la de la estética, el profesor v. H enn ing la de la Enciclopedia, la de la lógica, filosofía de la naturaleza, y del esp íritu ; a cuenta de Michelet correría editar la historia de la filosofía, mientras que Fr. Fórs- ter y J. Schulze compilarían los escritos dispersos, como recensiones, cartas, discursos, etc. La mujer y los hijos pensaban coadyuvar en ta ­ reas secundarias. «Yo — le comunicaba entre luto y alborozo la viuda a K. Daub— estoy escogiendo para la biografía que ha de preceder a los escritos varios, fragmentos del tesoro de las cartas que me dirigió durante sus viajes por Holanda, Viena y París, en las cuales se pro­ nuncia con el más vivo interés y a veces con entusiasmo acerca de cual­ quier placer estético...» Como si ella fuera el alma de esta empresa, ex­ hortaba a comunicarle cuantos datos y recuerdos importantes se pose­ yeran, a fin de que «no se pierda ni una página. T an bienhechora es

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