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G. ZAMORA 3 3 9 En su no menos grandilocuente alocución ante la tumba, su amigo Fr. Fórster intentaría poner broche de oro a la carrera del finado unien­ do su nombre al de Fichte, como se unía casi su sepultura, y proclaman­ do a ambos «columnas de Hércules» del filosofar, que esperaba, mio­ pemente, nadie se atrevería a trasponer. Con mayor perspicacia pronos­ ticaba allí mismo que Hegel carecería, como Alejandro Magno, de ver­ dadero sucesor, dividiéndose a su muerte su imperio en satrapías... Jun­ to a Leibniz, Kant y Fichte lo declaraba el cuarto gran filósofo en tie­ rra prusiana. Altenstein proclamó pérdida infinita para la ciencia, el Estado y todos sus amigos y admiradores la causada aquella vez por el cólera. Pa­ ra él personalmente, la presencia viva de Hegel había significado «un beneficio inmenso en los trances más dolorosos de mi vida», merced a la profunda comprensión que el filósofo le había demostrado en ellos. Su amigo y frecuente contradictor Varnhagen, no menos impre­ sionado por la súbita retirada del antagonista, no titubeó en afirmar que la universidad había perdido su piedra angular, ya que sobre !a cabeza de Hegel descansaba el saber en su universalidad. Nadie como él estaba dotado para captar la íntima conexión de las ciencias y de las diversas esferas de lo real : se va a echar de menos ahora — vaticina­ ba— «una ligazón entre el pensamiento universal al nivel más profun­ do y todos los campos del conocimiento empírico». N o obstante, este fino crítico apuntó que quizás Hegel se había ido en el momento más oportuno para él y su obra. Como Fichte por el tifus, Hegel había sido llevado por el cólera, y como él, en víspera de grandes acontecimientos políticos (Fichte, en el año del hund im ien­ to definitivo de Napoleón y del emerger de una nueva Europa, 1 8 1 4 ; Hegel, cuando una nueva revolución se urdía en muchos países y pa­ ra largo). «Hegel — aventuraba en su discutible prognosis— se halla­ ba realmente en peligro de chocar con sus contemporáneos, de revol­ verse amargado contra el sesgo de la historia, y term inar en abierta oposición con sus amigos y discípulos». Entre éstos destacaba Gans. Y no faltó quien atribuyera la pre­ cipitada muerte del pensador, no menos que a la epidemia, al disgusto moral producido en su ánimo por el enfoque liberal y republicano que, según la anécdota ocurrida en 1831 entre Hegel y el Kronprinz, daba Gans a la filosofía hegeliana del derecho. El discípulo iba mucho más

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