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G. ZAMORA 3¿7 do filósofo» Hegel ponía la mayor atención al sencillo discurrir de su amigo, y trataba de penetrar en él, confesando luego que nada le pa recía tan ’lógico’ como aquel reflexionar espontáneo y sin artificios de la llana razón. Septiembre comenzó bajo la pesadilla del cólera. Sentábanse a la mesa los amigos en pequeñas fiestas de sociedad, mediando entre ellos el convenio tácito, y a veces explícito, de no hablar de lo que a todos angustiaba. Hegel aparecía impresionado y melancólico. Se había pla neado que su mujer marchara a Nuremberg, permaneciendo él en el lugar del peligro. Las lecciones continuaron al ritmo habitual hasta el 11 de noviembre, en que el filósofo dictaría la última. Era un viernes, a las cinco de la tarde. Historia de la filosofía. El profesor entró en el aula. Estaba pálido, y subió las gradas de la cátedra tambaleándose li geramente. Sacó de su cartera un cuaderno de notas y comenzó la lec ción. La muerte parecía circular entre cada palab ra; las frases se h il vanaban a los golpes de una tos espectral. «Pero ¡qué lección! — re cordaría tiempo después J. Jacoby— ¡ Qué tempestad de ideas chispea ba en torno a su frente form idable! ; Qué suave, solar y cristalinamen te brillaban sus hermosos ojos cuando se abrían con amplitud y posa ban sobre la multitud de oyentes, como despertando de un pesado sueño!». Acabada la clase, Hegel se dirigió a casa del librero Dancker a tratar sobre una nueva edición de la Fenomenología. El sábado por la tarde todavía presidió un examen, y citó a algunos amigos para una entrevista el domingo a m ed iod ía: hubo de suspenderse, porque a media mañana del 13 se sintió repentinamente mal. A la noche siguien te empeoró. El lunes, 14 , a mediodía, enviaba Frau Hegel al consejero de Estado Schulze un s.o.s por su marido que no admitía espera: «Mi Hegel está tan enfermo —decía— que temo por su vida. Venga, que rido amigo, antes de que sea demasiado tarde». Apenas conocido este mensaje, se puso su destinatario en camino. Cuando llegó, encontró j. la esposa y a los hijos rodeando el lecho de muerte, e ignorantes de «i el yacente aun vivía. El visitante advirtió muy pronto que Hegel es taba muerto. lósofo había luchado sólo 30 horas con la enfermedad, conservando El parte médico dictaminó cólera de la mayor intensidad. El fi-
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