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336 HEGEL REDIVIVO En los primeros días de septiembre de 1830 se había cernido so- bre la familia Hegel una enfermedad misteriosa e inquietante. Se ma­ nifestaba en la forma de una fiebre interm itente, que atacó por igual al filósofo y a su esposa. En el círculo de sus amistades cundió el m ie­ do. K. F. Zelter le decía a Goethe en carta del 7 : «El matrimonio Hegel se encuentra seriamente enfermo. Me sería penosa la pérdida de tan buenos vecinos». En noviembre habían experimentado mejoría, pudiendo el profesor retornar a su c á ted ra : el 8 recomenzaba su expli­ cación de la filosofía de la historia universal. Para entonces se habían refugiado en Berlín no pocos fugitivos del cólera, que ya causaba estragos en el norte. Algunos eran conocidos de Hegel y acudieron a contarle lo que sucedía. El alivio de su salud debía haber sido, sin embargo, más aparente que real, pues en diciembre, aunque continuara sus lecciones, volvió a sentir los mismos trastornos; la fiebre no le impedía asistir a clase, pero tampoco le abandonaba por completo. Zelter, que lo visitaba el día 4 , lo encontró tan demacrado, que lo describía como un espectro de sí mismo. La hermana del filósofo le hacía a su cuñada, ya en fe­ brero de 1831 , esta fatídica observación: «Se trata de una enferme­ dad funesta, la fiebre f r ía : cuando se la cree pasada, se presenta de nuevo». En el ínterin se había adueñado el cólera de Berlín, amenaza in ­ mensamente mayor. Muchas familias buscaron inmunidad en el retiro y aislamiento. Los Hegel se trasladaron a una casa de campo, fuera de la ciudad, y allí se instalaron en el último piso. Se cortó en lo posi- bre la comunicación con la urbe. El filósofo pasaba largas horas en el jardín, estudiando, recibiendo alguna visita de los más íntimos, jugan­ do al ajedrez con sus hijos, o paseando. Muy cerca de aquel «palacete», como se lo llamaba, se celebró el 27 de agosto su último cumpleaños. Las circunstancias impusieron un extraño intimismo y soledad. Entre las personas venidas a felicitarle departió Hegel con un anciano de gran simplicidad, antiguo guardia de hospital, que sentía hacia el gran fi­ lósofo no menor simpatía que éste hacia él. Ambos conversaban muy a gusto, esgrimiendo uno la llaneza del sentido común y el otro 1a panoplia de su dialéctica, a cuyo uso decía «estar condenado, como to ­ 9 . M u e r t e e i n m o r t a l i d a d .

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