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G. ZAMORA 3 0 7 desplegaban tal apego a sus lecciones, que podía hablarse fundadamen- te de la existencia de una escuela hegeliana en Berlín. El 'modesto profesor’, que había iniciado sus cursos repeliendo más bien a su nuevo público, desacostumbrado a un lenguaje abstruso e inaccesible, y más todavía a una entonación algo chillona y gangosa, acabó por ser juzgado del mayor interés. Los mismos que en los prime ros momentos lo compararon desfavorablemente con Fichte, tachán dolo de aún más oscuro y de personalidad menos arrolladora, no ta r daron en rendirse ante lo que juzgaron el nivel del verdadero filosofar. Algunos de sus dichos comenzaron a circular como proverbios, se hizo de buena sociedad el repetirlos, y se rabiaba por entenderlos, o al me nos simular que se los había entendido. T a l sucedía con el Ansich, Für - sich, An - und Fürsich... Incluso algún obcecado se propasaba ya a alegar, como prueba de la lógica hegeliana, el pitagórico ((él lo ha d i cho». Indice del culto íntimo de que era objeto dentro de su cenáculo es el afán demostrado por muchos para procurarse su retrato. ((En es tos días — escribía uno de sus asiduos— he recibido al fin el grabado de Hegel, al que me había suscrito ya el verano pasado. Está muy bien». No pocos de sus admiradores trazaron, en efecto, con la pluma, el pincel o el cincel, el retrato del pensador en los años gloriosos de Berlín. En esa galería de semblanzas se nos aparece Hegel como perso na privada en su casa y en sociedad, o como persona pública, actuan do en el servicio de su cátedra, dirigiendo la universidad como rector, e influyendo, detrás de esos doctos bastidores, en el destino de su país. Su discípulo H . G. Otho bosquejó una de las descripciones más completas sobre la personalidad de Hegel, a raíz de su muerte, n im bándolo quizás hasta el exceso. Al futuro colaborador en la edición príncipe de las obras completas del filósofo (1832 ss.) le impresionó v i vamente su primer contacto con él. Hallólo en su cuarto de estudio, sentado ante un ancho escritorio, buceando en un rimero de libros y papeles. Su porte, de vejez prematura, aparecía algo curvado, aunque dueño de su primitiva fuerza y empaque. Una bata gris amarilla caía con desgarbo envolviendo su encogido cuerpo. Al exterior no se in sinuaba ni la menor huella de imponente grandeza o de atractivo arre
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