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G. ZAMORA 3.33 verso de Hegel contra esta obra obligaba al compositor y director K. F. Zelter — uno de los pocos amigos que se tuteaban con Goethe— a sospechar que los filósofos entienden tan escasamente de música como los músicos de filosofía: ’al separar lo real de lo ideal, cortan el árbol para elegir sus fru to s ; tal hace Hegel, que dice haberse progresadr mucho en m úsica...' Una discordancia similar, en relación con el gusto de muchos de sus contemporáneos, encontramos en la actitud de éste frente al teatro. Era capaz de aplaudir una representación del Tartufo, desde su butaca de primera fila, con el mismo ardor con que pudiera hacerlo uno de sus discípulos estudiantes desde el gallinero, y al mismo tiempo disentía de L. Tieck en cuanto a la calidad dramática de Otelo y de su autor. Hegel manifestó su discrepancia de a am l'a pasión romántica por Sha­ kespeare en unos términos que ocasionaron la ruptura entre los que antes eran muy amigos. Sostenía que el dramaturgo inglés, a juzgar por esta obra, había sido un alma desgarrada; sólo un espíritu tan tétrico podría haber ensamblado tal masa de atrocidades y confu­ sión, como en esa y otras tragedias aparece. El traductor no pudo aguan­ tar crítica tan extrema, y preguntó a Hegel si estaba endemoniado, o loco, para decir algo tan absurdo, porque «jamás hubo un ser tan ar­ monioso, ni mejor integrado o más sereno que Shakespeare». El ataque brutal de Tieck le hirió tan en lo vivo, que Hegel pro­ curaba evitarlo. Podía, sin embargo, consolarse con las preferencias de sus propios espectadores de aula, dispuestos, según uno de ellos, a se­ guir escuchando sin pestañear hasta la media noche, cuando Hegel, distraído, prolongaba su lección de filosofía de la historia, aunque tu ­ vieran ya en el bolsillo los billetes para la representación del Rey Lear, de Falstafj o de Ricardo III — y pese a encarnar esos papeles un actor de la categoría de L. Devrient. Una de las cimas de su actividad docente en Berlín fueron, sin duda, sus lecciones sobre filosofía de la historia universal. Teniendo como transfondo un paisaje intelectual menos abstracto que el de la dialéctica y más humano que otros tópicos de su filosofar, no es ex­ traño que los oyentes fueran más numerosos en esta disciplina y, sobre todo, más sensibles a su contenido que al de aquéllos. Lo mismo puede decirse de sus lecciones sobre historia de la filosofía, que les presentaba el desarrollo de ésta como el de un organismo vivo, en consonancia

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