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G. ZAMORA 3 2 9 Que ambos compartieran una misma actitud frente al sentimiento de la Naturaleza es ya otra cuestión, no obstante los puntos de conver gencia respecto de la filosofía natural. F. Mendelsohn, frecuen tador de las clases de estética del semestre de invierno 1828 - 29 , a tri buye a Hegel el dicho de que cualquier pensamiento humano es supe rior a toda la naturaleza, aserto dudosamente sostenible en línea goe- thiana. Si el insigne compositor no bajaba a rebatirlo, y se contenta ba con discrepar, en otras manifestaciones tan poco naturalistas como aquélla veían los antihegelianos el más claro indicio de la absoluta fal ta de gusto estético que atribuían a Hegel. Cuando el rey decidió ta lar en la avenida U n te r den Linden dos de sus seis filas de árboles pa ra dejar más a la vista la magnificencia de los edificios, Hegel deplo ró no se hubieran cortado todas, pues pensaba que sin ninguna la im presión causada por la célebre gran vía sería mucho más imponente, y nadie que la hubiera contemplado sin arboleda la echaría de menos. Varnhagen v. Ense y otros participantes en la discusión trataron de convencer a Hegel contra lo que creían una monstruosidad, pero él si guió en sus trece, poniendo al descubrierto, según ellos, «su bárbaro gusto y su total carencia de finura estética». Fuera de ello lo que fuere, no estaba Hegel completamente des provisto de sentimiento de la naturaleza, sin rezumarlo, por supuesto, con la intensidad de un romántico. Buena muestra dejó en algunas des- cripciones trazadas a vuelapluma en sus cartas de viaje para los suyos. Desde Colonia escribía a su mujer el 28 de septiembre de 1822 , tras un largo recorrido por las provincias que bordean el R in : «Lo me jor fue el anochecer, con su bello claro de luna cabrilleando sobre el Rin, que pasaba delante de mi ven tana; daba gusto oir el canto del buho, en un ’concierto’ que nunca en mi vida había escuchado». Desde Kas- sel le había descrito una semana antes la alternancia de impresiones que sobre un mismo paisaje pueden producir el día y la noche, y en su descripción alienta un entusiasmo y una capacidad de observación y goce nada comunes. 7 bres más eminentes, y le rogó se dignara encabezarla, obtuvo esta respuesta: “Honor por honor, haga primero el de Hegel". 7. “La noche era hermosa,las estrellas brillaban espléndidamente, en particularel lucero matutino. Luego, a la luz del día contemplamos otro aspecto de la naturaleza, muy distinto del anterior: no más los campos fértiles o áridos, sino bellos encinares, montañas, colinas, pendien tes suaves con tierras de cultivo, valles y praderas: en una palabra, una naturalezaacogedora —acogedora para mi—, pues tú misma, nacida casi en un arenal, teencuentras en Berlín en tu propio elemento, aunque en dosis algo menor". Carta de Hegel a su muier, desde Kassel. 18 de septiembre de 1822. (Hegel Briefe II, p. 345).
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