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3 2 8 HEGEL REDIVIVO e inmediatos, ni otra obligación que la de entrar en el E stado : más aún, no se lo reputa por hombre. El Estado se convierte así en la ver­ dadera matriz del hombre, el instrumento de la hominización, liberan­ do al individuo de su voluntad natural e inmediata, que es mala. H e ­ gel — aseguraba el discípulo— protesta contra cualquier teoría que ba­ se el Estado en un pacto, y considera héroes a los fundadores de Esta­ dos, pues tomaron sobre sí el derecho y sus exigencias, aunque para ello tuvieran que echar mano de la fuerza contra el individuo. En esa perspectiva la moral ha de formar parte de la filosofía del derecho, lo mismo si se trata de la moral subjetiva («Morallehre», «Pflichtenlehre») que de la objetiva (la «Sittenlehre», propiamente d i­ cha). En el semestre de verano de 1826 — ápice de la gloria del filóso­ fo— presentó éste por primera vez la estética como pieza integral de todo el sistema. A sus lecciones — que luego agruparía O tho en los tres volúmenes del tomo X de las Completas, primera edición— concu­ rrían no sólo los estudiantes, sino un gran número de conocidos de las esferas más diversas. Hegel inició su exposición abriendo ante los asis­ tentes la esperanza de llevarlos desde «el reino de sombras del pensa­ miento» (por el que había conducido a muchos de ellos poco an­ tes, sirviéndose de la Enciclopedia) a la luz de la belleza. Pronto percibieron algunos en su teoría de la misma tan ta depen­ dencia de la estética de Goethe como años atrás habían advertido y criticado otros en su fiilosofía de la naturaleza respecto de idéntica fuente. En un informe de K. Halling a L. Tieck ( 1829 ) sobre el es­ tado de la crítica de arte en los medios berlineses, caracterizaba la de Hegel como relevante por muchas de sus magistrales intuiciones, pe­ ro también como excesiva y unilateralmente apegada a la orientación tardía de Goethe — «nach der M ittagstunde». Y lo que era peor, H e ­ gel la habría enfocado por ahí, «a fin de conquistar a todo Berlín pa­ ra el poeta», e imponer mancomunados una era de tiranía estética. Pues quien no ha hecho de Goethe su ídolo — añadía— o no condena, como Hegel, nuestros viejos ’romances’, se hace ante la opinión sospechoso de poco inteligente, o de envidioso... 6 6. El aprecio mutuo se mantuvo en el más alto grado, manifestándose con exquisita deli­ cadeza en varias oportunidades. Al despedirse Carlos Hegel del gimnasio recibió de su padre, co­ mo recuerdo y regalo, un ejemplar de la última edición de las obras de Goethe. Cuando un lo- ven pintor de Braunschweig expuso a éste su plan de hacer una galería de retratos de los hom

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