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326 HEGEL REDIVIVO Opinaba que para ahondar en el sistema era imprescindible o la ense- fianza oral del fundador o la de un buen discípulo inmediato del mis­ mo. Para él desempeñó este papel K.L. Michelet en la explicación de la Lógica y la Enciclopedia. Todavía pudo oír directamente del propio Hegel la historia de la filosofía y la filosofía del derecho. El discurso del profesor le parecía el espejo del ensimismamiento puro — del «Fürsichsein»» : como si Hegel se ocupara más de pensar en alta voz que de dirigirse al auditorio. Sus cabellos grises, que cubría con un go­ rro, su rostro pálido, pero no agostado, los ojos azulclaros y sus bellísi­ mos dientes blancos, muy visibles al sonreír, le dejaron una impresión de esas últimas clases de Hegel tan grata como duradera. 8. L a s o b r a s d e l p e r io d o b e r l in e s Berlín vio redondearse el sistema hegeliano con la filosofía del derecho, la estética, la historia de la filosofía, la filosofía de la historia y la filosofía de la religión, como Jena lo había visto nacer con la Fe- nomenología, Nuremberg desarrollarse con la Lógica, y Heidelberg madurar con la Enciclopedia. De los temas indicados sólo el primero fue dado al público por el propio autor en forma de libro; los demás constituyeron el objeto de cursos y «Vorlesungen», siendo publicados postumos por sus discípulos. A ello se debe en buena parte el inferior eco adverso que su con­ tenido despertó, proporcional siempre al volumen de público lector. La aparición en 1821 de sus Fundamentos de la filosofía del de- recho fue saludada por amigos y conocidos como un precioso jalón más en la laboriosa vida filosófica de Hegel y consagración definitiva de su valía. Aunque lo imaginaba plato demasiado fuerte para el débil estó­ mago femenino, la suegra se las prometió muy gratas en espera de sa­ borear al menos el prólogo. Era precisamente en éste donde se leía el célebre leitmotiv de «lo que es racional, es real; y lo que es real, es racional», que tan densa polvareda contra Hegel levantó entre sus contrarios, para los cuales contenía materia de escándalo. Pues poco es­ fuerzo costaba percibir una esencial equivocidad en tal apotegma, ya que su acento y sentido podía impostarse sobre el «real» o sobre el «es», a gusto del usuario : en el primer caso se justificaba y canonizaba lo real existente como lo racional, p. ej., el Estado prusiano, mientras

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