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324 HEGEL REDIVIVO rrió por cauces extrafilosóficos, quizás con tácito acuerdo para no herir susceptibilidades. U n decenio después de muerto Hegel, continuaba Schelling hablando de él y de sus discípulos como de «los que comen mi pan y me dan coces». «Sin mí no habría ciertamente un n e g e i m unos» neg t lianos tal y como son». Y remataba su pensamiento añadiendo que la Lógica era buena prueba de lo que Hegel daba de sí por sus solos me­ dios, y reclamando la «filosofía histórica» como algo que se le debía a él. Muy distinto de ese mundo de los enemigos ’sistemáticos’ de Hegel era el de los que se formaron con él, y luego siguieron una ruta personal. Prototipo de los mismos es Ludw ig Feuerbach ( 1804 - 1872 ), asiduo a las clases de metafísica, lógica y filosofía de la religión dadas por Hegel en el semestre estival de 1824 . Su intelección le fue facili­ tada por los cursos teológicos de Daub, a los que había asistido pre­ viamente. A las cuatro semanas de enrolarse en los de Hegel afirmaba que le habían sido tal vez más beneficiosos que cuatro meses seguidos en cualquier otra universidad. Los gérmenes sembrados por el hegeliano Daub daban sus frutos de modo tangible. Y lo que en aquél aún no estaba claro ni conexo, mediante las pocas lecciones del maestro se ha­ bía tornado transparente en su necesidad e interdependencia intrínse­ cas. Subraya Feuerbach que Hegel era mucho más diáfano en sus lecciones que en sus obras impresas, debido a la condescendencia del filósofo para con sus oyentes, a cuya capacidad media trataba de adap­ tarse. Lo más magnífico de esas lecciones le parecía la fidelidad del profesor al núcleo de los problemas y a la esencia de las cosas. «Con él se capta la intuición en el concepto — agregaba— y el concepto en la intuición». En su juvenil ebriedad filosófica llegó a considerar su breve es­ tancia cerca de Hegel como un ’momento de eternidad’, el «Wende- punkt» de su existencia; y a Berlín como «el Belén de un nuevo mundo» para él. En el estudio de Hegel lograba el espíritu volver de su dispersión en la miríada de relaciones y estados concretos, a la po­ breza del absoluto ser abstracto — que era ganancia y riqueza, según le decía agradecido a Daub. Mas su entusiasmo no era acrítico. Ya en 1824 escribía a su pro

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