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G. ZAMORA 323 Haywood acumulaba Schopenhauer en pocas líneas un haz apretado de improperios contra Hegel, a quien describía como «a mere swagge- rer and charlatan», sin sombra de mérito ni lógica, y padre de un sis­ tema que bordeaba el absurdo y la locura... En contraste con la actitud de esos personajes, faltos siempre de cualquier afecto o respeto y comprensión de la filosofía de Hegel, evo­ lucionó la de su antiguo protector y amigo Schelling. Durante el pe­ ríodo berlinés, la figura de Hegel desfila de continuo ante él con el estigma del usurpador. Schelling se siente desplazado de su puesto central en la filosofía alemana en beneficio de un intruso al que había prohijado. Su fértil fantasía fabricó la imagen precisa contra el riv a l: la del cuclillo que se había apoderado de su nido. El pensamiento pu­ ro de Hegel no era, en realidad, sino pensamiento vacuo, disimulando su vacío mediante inconsecuencias y precauciones. Con otro símil muy suyo : Hegel respecto de él no era sino la tosca imitación, el re­ medo simiesco, lo que al artista genuino es el mímico barato, o al jar­ dín el herbario. Bajo ese sentimiento egotista de paternidad originaria prevenía a Cousin que cuanto éste sabía del sistema schellingiano no podía ir más allá de la forma recibida en la estrecha cabeza de un hombre «qui a cru s’emparer de mes idées, comme l’insecte rampant peut croire s’approprier la feuille d ’une plante, qu ’il a entortillé de son filage». Un huésped de Schelling en la primavera de 1828 lo describe co­ mo de frente rebajada, ojos algo hundidos, nariz un poco arremanga­ da, rasgos faciales duros y timbre glacial en la voz. «El despecho que contra Hegel siente, no tardó en aflorar, pues a mis insinuaciones de que él hubiera dicho esto o lo otro, contestó secamente: ¿Qué me importa a mí Hegel? Todo mi empeño va contra el suyo». T an to más debió sorprenderle a Schelling la inesperada visita que se le presentó en otoño del año siguiente. Hallábase tomando ba­ ños en Karlsbad, cuando un día oyó a sus espaldas una voz «algo des­ agradable» y medio conocida que lo llamaba. Era Hegel en persona, de regreso de un viaje a Praga. «En la tarde volvió por segunda vez, en la mejor disposición de ánimo y extraordinariamente amistoso, como si nada se interpusiera entre nosotros». El gesto de Hegel tendiendo la mano era sincero, por lo cual vieron en la entrevista de Karlsbad algu­ nos de sus amigos la firma de las paces. La charla, sin embargo, discu

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