PS_NyG_1971v018n003p0305_0342

G. ZAMORA 319 los de Fries se han transformado luego en seguidores aún más fieles de H e g e l: me gustaría saber si uno solo de los de éste lo abandonó por pasarse a aquél». Es el mismo E. Forster quien refiere otro incidente típico de enemistad filosófica contra Hegel, el caso de Baader. Paseando un día al azar por los «Jardines ingleses», de Munich, divisó en un sende­ ro apartado a un hombre, en cuyas manos pudo distinguir un ejem­ plar de la Fenomenología del espíritu. Se saludaron y, sorprendido, Forster le dijo al ensimismado lector: «Por lo que parece, se ocupa Vd. de Hegel», observación que el interpelado apostilló con esta o tra : «Sí, pero como enemigo». Lo mismo que Baader pudieran haber replicado Schleiermacher o Savigny, los Schlegel o Heine, Krause y Boeckh, Schopenhauer o Lasaulx, y tantos más de menor nombradía, por no citar a su archi- enemigo Fries, ni al voluble Schelling. Para F. v. Baader era Hegel el fogonero que había encendido y alimentaba el auto de fe de la filoso­ fía moderna, su proceso de autoconsunción. A lo que L. v. Ranke ob­ jetaba que en el fondo ambos pensadores seguían casi la misma direc­ ción, bien que por laberintos diferentes. Schleiermacher, tan interesado un día en el traslado de Hegel a la universidad de Berlín, no tardó en romper el fuego contra él, por motivos teológicos o, más exactamente, a causa de su declarado des­ precio a la filosofía. El teólogo por antonomasia juzgaba indigno des­ cender a polemizar acerca de esta última, por parecerle una empresa absurda, un pugilato contra molinos de viento. Por su parte, Hegel no se cruzaba de brazos, y menos aún sus discípulos, que no perdían ocasión de ridiculizar a sus contrarios. Schleiermacher se quejaba en 1822 de que Hegel le artibuyera en su prólogo a la Filosofía de la re­ ligión, de Hinrichs, el despropósito de concluir que el perro, por su servidumbre absoluta, debería ser el mejor cristiano; a renglón se­ guido él, el especialista en <•Weltweisheit», tachaba al que se preciaba de serlo en la ciencia de Dios de ignorante superlativo sobre lo que a Este concierne. Aunque el teólogo manifestara no merecerle la m íni­ ma atención ese ataque, la herida causada debía ser honda, pues en d otoño de 1823 aún le sangraba, como se desprende de una carta a de W ette. No menos le molestaba que Hegel recomendara exclusivamen­ te la orientación teológica de Marheineke (deudora a las intuiciones fi­ losóficas del propio Hegel).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz