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3 1 8 HEGEL REDIVIVO republicano: consideraba la república de una necesidad transitoria, pa- ra deshacer la sociedad de antes, pero inútil para establecer la nueva; y no separaba la libertad de la realeza. Era, pues, sinceramente consti­ tucional... : «puedo asegurar que, después de tratar a Hegel desde 1817 hasta su muerte en 1831 , lo he hallado siempre en las mismas ideas, hasta el punto de que la revolución de 1830 , que en principio no des­ aprobaba, le parecía muy peligrosa, en cuanto ella destruía demasiado la base sobre que descansa la libertad». Hegel se habría mantenido, por tanto, fiel a su credo político, ela­ borado en los años de maduración. 7 . H e g e l y s u s a d v e r s a r io s En el período berlinés culminó, como era de esperar, la oposición a la filosofía de Hegel. En unos casos por diferencias de sistema, en otros por resabio político, por distancia generacional o por banal an ti­ patía al filosofar en general, vióse pronto engrosar el partido de Fries y demás viejos antihegelianos, o surgir otros nuevos. Puede decirse que al paso y ritmo de crecimiento y consolidación de su propia escuela de incondicionales, aumentaron las tendencias de signo contrario. Si entre aquéllos no faltaron los fanáticos que juraran in verba magistri, tampoco escasearon en el gremio de enfrente quienes abjuraran y abo­ minaran hasta del nombre de Hegel. Este se convertía así en una suer­ te de ’shibbclet’ intelectual de la época, llevando la división hasta al seno de las familias, si ocurría militar en ellas los pro-Hegel y los anti- Hegel. T a l acontecía en la ya mencionada familia Fórster, donde dos hermanos seguían sistemas inconciliables en lo filosófico, y poco con­ cordables en lo político: mientras Fr. Fórster aplaudía con entusiasmo las posiciones de Hegel, E. Fórster apoyaba las de Fries y, a su través, las del kantismo. El primero y más antiguo trataba de conquistar al segundo, y no podía tolerar que éste se desentendiera de su celo con una chirigota contra H egel; a la objeción de Ernesto, pidiendo prue­ bas serias en vez de proclamas y alharacas de entusiasmo, respondía Federico que, antes de condenar una doctrina, debe tratarse de en ten ­ derla y, sobre todo, le remitía a la experiencia; ((Muchos fieles discípu

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