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G. ZAMORA 315 narios? ¿Cómo podían simpatizar en el ánimo del pensador tales opo­ siciones? Desde entonces acá sigue en claroscuro la respuesta. Incapa­ ces de hallarla coherente, algunos coetáneos cualificados tacharon su actitud de hipocresía, otros de oportunismo y unos terceros lo moteja­ rían de reaccionario. Para su postergado rival Fries, Hegel era por principio el más oportunista de los chaqueteros. Según se lo explicaba a L. Rödiger, miembro muy activo de las asociaciones de estudiantes, expulsado de Prusia en 1820 , Hegel había cambiado de bandera ya tres veces: «Has­ ta 1813 su metafísica había adulado a los franceses, a continuación se pasó al rey de Wurtemberg, y ahora besa los talones al Sr. von Kamptz» — que era jefe de la policía desde 1817 . Ernesto Förster, kantiano en la línea de Fries y hermano carnal de un férvido hegeliano, denominaba reservatio mentalis de Hegel la nun ­ ca negada, pero tampoco oficialmente voceada admiración suya por la toma de la Bastilla, y el movimiento que inició en el mundo. Con este acontecimiento había comenzado en París, según E. Förster, la lucha contra lo real e irracional. ¿Por qué pretendía Hegel detenerla en v ir­ tud de su propio principio? A Förster le sacaba de sus casillas el ver cómo la juventud adicta a Hegel coreaba este famoso dicho, y cómo el régimen justificaba en él su misma existencia. Era sabedor de un hecho muy significativo, que enlazaba el pre­ sente del filósofo con su juvenil y legendario gesto de plantar un árbol a la libertad. De visita en Dresde y hallándose sentados en tertulia H e ­ gel, Gans, Fr. Förster y otros amigos venidos de las universidades de Jena y Heidelberg, ordenó traer el primero varias botellas de vino. Con extrañeza vieron que, presentado el caldo local de mejor calidad, aquél lo rechazaba y pedía un Champagne-Sillery. Llenos los vasos, levantó el suyo y brindó con este rito : «Invito a los presentes a vaciarlos en memoria de este día». Hiciéronlo ellos un poco maquinalmente, sin darlo mayor importancia. Viendo su indiferencia, Hegel les g r itó : « ¡Por el 14 de julio de 1 7 8 9 : Toma de la Bastilla!». En realidad, no dejaba pasar un año sin brindar por el suceso, ex­ cusándose ante los jóvenes con la observasión de que por su edad no podían ni imaginar la alegría que había producido. Muy en desacuerdo con su hermano, Federico Förster leía en he­ chos como el presente uno de los rasgos capitales del verdadero carác

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