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3 1 4 HEGEL REDIVIVO la de afirmar que para obtener cargos públicos se precisaba al menos una tin tura de hegelianismo, no había más que un paso — que muchos dieron, envolviendo a ambos en la misma racha de antipatía. Hegel podría haber puesto los puntos sobre las íes, desdoblando esa m ixtifi cación. Si no lo hizo, no fue porque su pureza moral o fuerza de carác ter no corrieran a la par con su profundidad de intelecto, como opina ba su paisano el criptónimo R. J. La respuesta estaba en la entraña mis ma de su pensamiento, poco patente, como es obvio, a los extraños y enemigos. Pero su actividad frente a la teología no irritaba exclusivamente a los evangélicos, cuya confesión era la propia de Hegel, aunque no su ta lante religioso. Varnhagen v. Ense, que subrayaba en su diario cuán ta dosis oculta de espíritu liberal, anglofilia, constitucionalismo y amor a la Revolución latía en la filosofía hegeliana, pese a la protección ofi cial que disfrutaba y a las acusaciones de sus poco clarividentes adver sarios, pone también de relieve el carácter enteramente ’protestante’ del pensador. Y no parece haberlo disimulado en sus lecciones, moti vando quejas, ante el ministerio, de los estudiantes católicos, ofendi dos por lo que consideraban blasfema irreverencia en ciertas explica ciones del filósofo. U n corresponsal de V . Cousin le notificaba a éste en la primavera de 1826 el resultado nulo de una de esas quejas, blo queada por la autoridad a quien se dirigió. Exponiendo en su curso de historia de la filosofía la peculiaridad de la medieval, y del catolicismo objetivista a ella ligado, se había permitido Hegel la extravagancia de sugerir que, si en el culto católico se representa a Dios como estando presente en una cosa y un ratón se la come, El pasaría al animalejo, in cluso a sus heces. El ministerio de cultos desatendió la denuncia, con la evasiva de que nada le impedía al acusado expresarse así en cuanto pro fesor protestante de filosofía que se interroga por la naturaleza del cato licismo. En las fiestas conmemorativas de la Confesión de Augsburgo en 1830 dio pruebas tan inequívocas de su anticatolicismo, que un testigo de su discurso lo reputó mucho más fuerte que las conciliadoras confe rencias de los teólogos protestantes a usanza. El mutuo acuerdo y respaldo, en los avatares referidos, de la po lítica y la filosofía dominantes en el Berlín de en torno a 1825 no pa recen a primera vista armonizables con la admiración de Hegel por la Revolución francesa. ¿N o había ésta yugulado a los reyes? ¿N o per seguía, lógicamente, el régimen monárquico de Prusia a los revolucio-
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