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296 LA CONCEPCION RELIGIOSA DE FREUD sus pulsiones y la satisfacción de las mismas. Y ha dado su adhesión a las ideas religiosas sin saber por qué 128. Sin duda Freud soluciona con demasiada facilidad la cuestión cuando responde a su ficticio oponente sobre los motivos que llevan a la aceptación de las ideas religiosas. Para él, el creyente no puede dar más que tres posibles respuestas: porque se pertenece a una tradi- ción que ha fundado su vida en tales creencias; poraue las generado ' nes anteriores han proporcionado las motivaciones de su fe ; y, final­ mente, se recuerda que no es lícito plantearse tal problema I2S. Freud da la impresión de no haber intentado un planteamiento un poco más serio de la cuestión. Su desconocimiento de una vida re­ ligiosa vivida en un nivel más profundo y purificado es evidente. Es llamativo que no se haya informado sobre la vida religiosa de los hom­ bres más auténticos y formados, antes de emitir su juicio. Llama la aten ­ ción, además, la afirmación de que históricamente se ha querido eludir el problema del fundamento de las creencias religiosas. Freud encuen­ tra históricamente dos intentos de elusión, que pueden presentar, ade­ más, un carácter convulsivo: se trata del credo quia absurdum, con lo que se pretendía elevar las doctrinas religiosas a un nivel superior a la razón; y de la filosofía del acomo sin, por la que, a pesar de ser consciente de su ficción, el sujeto se comportaría en práctica como si las creyera verdaderas. Freud piensa que tales ideas son necesarias, sin embargo, para la conservación de la especie humana 130. Ahora bien, siendo esta la naturaleza de las ideas religiosas: exi­ gir del hombre una negación de los presupuestos racionales y reducirse a una satisfacción de los deseos, parece imposible que un hombre ho ­ nesto pueda aceptarlas. Y no se pueden aceptar porque siguen una tra ­ yectoria mental ilógica, porque supondría una ligereza única y porque obligarían al hombre a hacerse esclavo de la insinceridad m. Con estas afirmaciones no cabe duda que Freud ha puesto de manifiesto su in ­ comprensión ante lo que pudiera ser un sistema de valores en el hom ­ bre y ante su aceptación. Si el hombre da ese paso, si siente la necesi­ 128. Ibid., 83. 129. Ibid., 84. 130. Ibld, 85. (Ya se ha hecho alusión a esto anteriormente: n. 105. Baste recordar aquí que la fórmula credo quia absurdum no es citada exactamente. El texto es de Tertuliano, que no es precisamente un Padre de la Iglesia: De carne Christi, c. 5: “Credibile est, quia ineptum et cer- tum quia impossibile". No se comprende cómo el traductor castellano de Moisés y la religión monoteista sospecha que se trata de S. Agustín, 244, nota). 131. Ibid., 87.

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