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M. GARCIA CABERO "Ì75 ciertos límites y el respeto a determinadas instituciones. Surge, pues, el respeto al tótem y la obligación de la exogamia ". Pero, durante un largo período, los hermanos po podían olvidar el asesinato del padre. Para recordar el pacto que habían establecido y renovar las promesas antiguas, venía sacrificado un animal, que r.e convertía así en un sustituto del padre. En este sacrificio hay como un fondo en el que resalta el poder y la autoridad del padre. El padre se halla presente como algo inalcan­ zable, como una meta imposible a los hermanos. El sacrificio del ani­ mal, sustituto del padre, adquiere un simbolismo ambivalente. Por una parte, el animal sacrificado era destinado a unir afectivamente los hermanos con el padre prim itivo: ponía de manifiesto la pertenencia al mismo clan, a una misma sustancia; se recordaba que el padre era un antepasado del clan, destinado, por consiguiente, a la tutela del mismo; con el sacrificio del animal se manifestaba la veneración que el clan le tributaba. Por otra parte, el banquete totémico servía para recordar a los hermanos su unidad y su triunfo contra el padre tira­ no M. Los sentimientos ambivalentes de los hijos respecto al animal sa­ crificado manifiestan que, en el fondo de su actitud, se ha hecho luz la acción de una estructura de la cual no tienen conciencia, pero que les constriñe a o b ra r: se trata de la conciencia de culpabilidad. En fuer­ za de esta conciencia, se realiza un proceso anímico fundamental en la vida de los hijos asesinos. Es verdad que éstos odiaban al tirano y que, en fuerza del odio, lo habían asesinado. Pero, al mismo tiempo, es verdad también que lo admiraban, en el sentido que todos querían ponerse en su lugar. Con el asesinato, los hijos satisfacen sus tendencias hostiles. Satisfechas és­ tas, surge la admiración, la identificación con el padre y la renuncia a ocupar su lugar, con lo que el padre se convertía en algo único e in a l­ canzable. El padre muerto adquiría un valor que no había tenido en vida. Y acaece, en fuerza de lo que Freud llama «conciencia retros­ pectiva», aquéllo que los hijos habían rechazado absolutamente: se 67. FREUD S., Moisés y la religión monoteista, 241-242; cfr. Totem y tabú, 588. 68 . FREUD S., Moisés y la religión monoteísta, 242.

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