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1 8 2 VISION DE LA FRATERNIDAD ción absorbente. Y, en tal caso, conviene presentar amablemente excusas por no poder acompañarlo. Es una ley de buenas formas. El espíritu “ leguyesco” y excesivamente jurid icista puede co r­ tar en su raíz los más sinceros propósitos de fratern idad. Se presen­ tan ocasiones excepcionales e imprevistas para visitar a nuestros herm anos: un am igo que hace un viaje a una ciudad donde tene­ mos casa. Es una oportun idad que se aprovecha para hacer una vi­ sita y para convivir con los nuestros. ¡A h !, pero es el caso que no hubo tiempo para notificar la llegada “ imprevista” y todo son difi­ cultades. Se recuerda de un modo bastante brusco que hay ob liga ­ ción de avisar. Bien, la caridad pide que se avise, pero por descuido o simplemente por precip itación no se ha avisado. Hay que re con o ­ cer que, en casas de con tinuo tránsito — que no es lo común, ni mu ­ cho menos— se puede causar una molestia. El espíritu fra terno debe salvar la armonía, porque importa mucho más la hospitalidad que el cumplim iento de las ordenanzas. En situaciones similares, los amigos de verdad quitan im portan ­ cia a lo a cciden ta l: “ No te preocupes, lo que cuenta es que has ve­ n ido. Ya nos arreglaremos” . Y el arreglo es sumamente sencillo con buena voluntad. Sería ofensivo para una fratern idad ponerla en in ­ ferioridad de cond iciones en un aspecto tan vital com o es la cord ia ­ lidad. Tan vital que hay que defenderla a capa y espada, com o se dice. En mi viaje a Inglaterra tuve que pasar una noche en Londres. Se me comun icó por orden superior que debía marcharme inm edia­ tamente, “ porque no había notificado m i llegada” . No entendía el inglés, pero me di cuenta, por el gesto malhumorado y agrio, que era un “ u ltimátum ” . En las mismas cond iciones, llegué de un modo “ imprevisto” a casa de un sacerdote. Presenté mis excusas y el cura —Paul Montgomery— no me dejó acabar de hab la r: “Mire, Padre, aquí tiene usted su casa para el tiempo que quiera. Y m ientras más, m e jo r” . Como en el Evangelio, habría que preguntar: “ ¿Quién de los dos fue el verdadero herm ano?” Es un hecho concreto que da materia para la caricatura. Por un olvido del “ p ro to co lo ” , se despide tran ­ quilamente a un hermano que puede vagar a la buena de Dios por un país desconocido, buscarse un hotel o dorm ir ba jo los soportales, por el delito legal de no notificar su llegada. Está mandado. ¿Y si hay un descarrilam iento en el tren? El espíritu leguyesco hace pol­ vo al espíritu franciscano. Felizmente, en España llevamos varios años de retraso y no exigimos tantas pólizas. La fra tern idad es más

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