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F. J . CALASANZ 1 3 1 vivir con paz y alegría. Por encima de los intereses propios de cada nación está la fra tern idad que nos une en un m ismo espíritu y en empresas apostólicas que rebasan todas las fronteras. Una sobreme sa, o el esparcim iento de las recreaciones, no es el tiempo oportuno para discusiones de política que dificultan la convivencia fraterna. La hospitalidad es algo más que dar com ida y cama a los visi tantes. Es, ante todo, una acogida cordial, un encuentro amable y caritativo, un servicio que se presta con alegría al prójim o. El hués ped nota en seguida la temperatura humana y franciscana de sus hermanos. Tiene un sexto sentido para intuir cóm o ha caído en el ambiente. Y es triste constatar la “ reticencia ” y el desinterés de cier tos recibim ientos. No es el malhumor de un portero atareado lo que más molesta. Es mil veces peor la ind iferencia y ese pasar al lado sin la más leve muestra de aprecio ni de alegría. O el grosero e in civil com portam iento de quienes n i siquiera se acercan a saludar, después de haber vivido separados varios años. Las visitas fam iliares y a los am igos de verdad se caracterizan por su “ clim a ” : la alegría es tan notoria que no se puede disimular. Se encuentra uno a gusto con los suyos. Es justamente el clima que se intenta crear en nuestras comun idades: alegría por el en cuen tro. Y, com o somos humanos, alegría demostrada, júbilo espontáneo, conversación interesante. Y para esto basta con ser sencillamente humanos, comprensivos, acogedores. Cada despedida puede resultar penosa y, de hecho, es así cuando la fratern idad no se queda en bellas teorías desencarnadas. Que no parezca nunca verdad aquello, tan monstruoso, de que los huéspedes dan dos alegrías: una al lle gar y otra al marcharse. Francisco de Asís quería que los encuentros de sus hermanos fu e ran presididos por la “ fam iliaridad” , la comun icabilidad expresiva, la confianza mutua que llevan consigo la man ifestación de prob le mas y de necesidades. Y pone com o modelo de estas relaciones fr a ternas el desvelo y el amor de la madre. Con una actitud maternal com o norma, la ind iferencia y el desinterés resultan ofensivos pa ra la fraternidad. La caridad dispone de innumerables recursos para hacer grata la estancia — mejor, la convivencia— de los huéspedes. Hay que evi tar por todos los medios que los hermanos visitantes se sientan f o rasteros, desplazados o extraños. Hoy entra en las normas comunes de la convivencia enseñar la ciudad, sus m onumentos y paisajes al v i sitante, y sería descortés dejarlo solo, fuera del caso de una ocupa
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