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F. J . CALASANZ 1 7 9 expresión tan poco académ ica porque es muy expresiva y carica tu ­ riza estupendamente al envidioso). Corazón pequeño. Cuando Agustín de H ipona describe su in fan ­ cia, se acusa a sí m ismo de envidia. No podía tolerar sin un enorme malestar que una mu jer amamantara a otro n iño en su presencia. Se ponía lívido y se amargaba por el bien ajeno. Es un caso experi­ mental que se repite todos los días. Ved a un n iño rodeado de ju ­ guetes. Están tirados por el suelo. Dadle un juguete in ferior al her- man ito y veréis cóm o reacciona. Y en otras esferas de la vida, el hombre no patalea ni se enrabieta exteriormente, pero se está c o ­ m iendo de amargura interiormente. Ya de puertas adentro, ¿qué sucede cuando un compañero triun­ fa en la vida? ¿Qué pasa cuando un compañero es seleccionado para ir a la universidad o es votado para algún cargo? Siempre se susci­ tan com entarios tendenciosos, recuerdos de tiempos pasados y o rig i­ nales interpretaciones. Lo interesante es que tienen que tributar a la aduana del cotilleo envidioso hasta los más inteligentes y bonda ­ dosos. Naturalmente, la envidia no ataca, hasta la exacerbación, más que a los seriamente en fermos ( ¡ qué buen diagnóstico el de la envidia com o “ pathos” ). Hay caracteres que saben aplaudir con nobleza los triun fos del prójim o. Y los hay que, en un gesto bello de delicadeza y fratern idad, cogen un lápiz ro jo y ponen una cruz o “ recuadran” las noticias que prestigian a la Fraternidad o a los com pañeros: un nombram iento, un prem io obten ido en concursos científicos o lite­ rarios, la concesión de una beca por méritos personales, una con fe ­ rencia en semanas nacionales, etc. No, no todo huele a podrido en D inam arca..., con trad iciendo a Shakespeare. El hombre mediocre suele ser propugnador de “ nivelaciones” igualitarias. Su “ slogan” es: todos iguales, todos lo mismo, todos por el m ismo rasero. Nada más legítimo, si diera a la palabra “ igual­ dad” un sentido humano. Efectivamente, conviene incu lcar que to ­ dos somos iguales, que no tienen razón de ser los “ clasismos” ana ­ crón icos, ni los privilegios a ultranza. Pero el mediocre entiende la igualdad com o despersonalización, com o gregarismo, com o masa. En seguida se advierte que tal igualdad es una utopía, ya que en una misma comun idad hay hombres vulgarcitos y hombres superdota- dos. Una cosa es la igualdad y otra la existencia de hombres “ en serie” . Nuestro genial Quevedo dice que la envidia está flaca porque

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