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F. J . CALASANZ 1 7 7 Es curioso constatar que autores del más vario estilo coinciden , a la hora de calificar la envidia, com o “ vicio naciona l” . Para Don Miguel de Unamuno el diagnóstico se agrava al afirmar que con ta ­ giamos con nuestra envidia a los pueblos de H ispanoamérica. Triste herencia, de ser así. Menéndez y Pidal viene a destacar este feo vi­ cio en la historia española. Y lo mismo han hecho otros literatos y pensadores. Y cuando hay una coincidencia tan plural es que algo de verdad hay en el fondo. Por otra parte, ¿Quién no ha oído ironizar la célebre envidia cle rica l?” La paz clerical — dígase la paz conventual— está pertur­ bada por turbias corrientes interiores de suspicacia, desconfianza, cotilleo y mezquindades. Es decir en plata, “ por la envidia” . El hecho existe, aún cuando no en las proporciones globales que dicen cier­ tos escritores. Por lo menos puede existir, lo que debe motivar una revisión de vida a fond o para desenmascarar a los envidiosos y p o ­ nerlos la proa. Como se ve, por españoles y por la especial form a religiosa de vida estamos tocados por un mal que, en la fratern idad, resulta muy delicado. La envidia se presenta pálida y amarilla, lo cual ha dado pie para compararla a un cadáver. Por otra parte, el envidioso vive desasosegado por un bacilo de muerte, que muerde y carcome. La “ autopsia” de un envidioso ha a rrojado datos reveladores: c o ­ razón pequeño, venas pequeñas y músculos amarillentos. Es curioso com probar médicamente que la envidia disminuye la intensidad de la irrigación sanguínea y produce perturbaciones generales de tipo orgán ico. Corazón pequeño . En rigor, el envidioso centra la vida en torno a su persona con exclusión brutal de sus semejantes. No se trata ún icam ente de afirmar su personalidad, su presencia, sus valores, sus relaciones sociales. Esto sería admisible hasta cierto punto. Has­ ta la línea donde viven y actúan los demás hombres. El pecado ca ­ pital del envidioso es que no adm ite la presencia ni los valores del p rójim o. Y la razón es sencilla: opina que al centrar la atención en los demás, la aparta de sí mismo. Mira con tristeza el bien a jeno porque se siente desplazado de la atención general. La adm iración al p rójim o le produce un amargo pesar porque quiere la adm iración para sí mismo. En todo esto late el instinto de conservación personal, enraiza­ XiA ENVIDIA

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