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F. J . CALASANZ 171 puedan conocerse. En la fra tern idad no debe ser excluido nadie por ningún motivo. Por desgracia, también en la comun idad se dan casos de in ca ­ pacidad para la convivencia. Son los caracteres dificiles, los que pa ­ decen dolor crón ico de estómago y no lo disimulan, los tocados por la en ferm edad de la melancolía. Se aíslan voluntariamente y no hay modo de recuperarlos. La experiencia demuestra igualmente que ciertas taras de temperamento y de form a ción hacen imposible la convivencia integradora. En este caso, lo m ejor es aceptar los he­ chos y poner en cuarentena a los incapaces. No se puede hablar de dem ocracia en el Congo, porque los antropófagos te asan y te c o ­ men al primer descuido. Pasando ya concretam en te a los caracteres del diálogo, basta con citar a Pablo VI que estudia ampliamente el tema en la tercera parte de la “Ecclesiam suam”. El diálogo ha de ser claro, afable, confiado y pedagógicamente prudente. La claridad es imprescindible, ya que hablamos para entender­ nos. Ortega y Gasset decía que la claridad es la caridad del estilo. La afabilidad incluso en el caso de que no puedan aceptar los criterios ajenos. Es de una in corrección brutal herir a las personas para apuntalar más las opin iones propias. Las opin iones valen lo que valen las razones independientemente de la conducta personal. La confianza en el hombre con quien dialogamos es una dispo­ sición previa para que exista el diálogo. La 'prudencia pedagógica viene exigida por el sentido común. No se puede hablar con niños, campesinos o trabajadores de fáb rica com o con universitarios o con teólogos. Para conocer el calado de vida comun itaria de cada fra tern i­ dad un ind icador de base es la presencia del prójim o. Un tema bas­ tante olvidado en los tratados de vida espiritual y que se presta a reflexiones de la máxima transcendencia. La presencia de Dios es una invitación a la autenticidad religiosa: “ Anda en mi presencia y no pecarás” . La presencia del prójim o es una llamada a la autenti­ cidad, a la cortesía y a la caridad. También aquí cabría el argumen­ to clá sico : si no piensas en tu prójim o a quien ves, ¿cóm o vas a pensar en Dios a quien no ves? Es dudosa la presencia de Dios que no lleva espontáneamente a la presencia del hermano. La vida normal del fraile m enor transcurre por cauces de sen

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