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F. J. CALASANZ 1 6 9 tro con el hermano que venía de lejos podía más la h ipocresía lega­ lizada que la legítima expansión fraterna. Y se pasaba al lado del hermano, sepultado de por vida en la selva, con una inclinación grotesca de cabeza. ¿Es que el encuentro con un hermano carnal no produce alegría, em oción humana, expresada por el abrazo cordial y la conversación expansiva? Y nos ha recordado enérgicamente San F rancisco que el amor fra terno tiene que superar al amor de la m a ­ dre. ¡A ver si a una madre separada durante años de su h ijo le in ­ sulta con una mueca! El d iálogo es un encuentro caritativo. Prescindir de las formas normales de la convivencia con el pretexto de que es “ hora de si­ lencio regular” huele a fariseísmo de la más ba ja estofa. Cuando llega un hermano a casa hay que dejarlo todo para recibirle y a ten ­ derle. Y esa es la ocupación primera, de modo que si hubiera que elegir entre la oración y la caridad — es una hipótesis— no cabrían va cila ciones: la caridad primero. Y entre silencio y caridad, prim e­ ro la caridad. Y entre observancia y caridad, la caridad primero. Y esto es el abe del franciscan ism o. Lo d icho de la caridad y del diálogo tiene una aplicación especial, según nuestro Padre, tratándose de hermanos necesitados o en fe r­ mos. El hermano que ha pecado tiene necesidad de explayarse con sus superiores. Y el superior debe escuchar fraternalmente, con la intensidad de pena, de preocupación y caridad de una madre. Esto es diálogo, y no la ruptura brutal con gesto de escándalo y el tras­ lado urgente en el primer tren y el com entario maligno y despiada­ do. Y si el fraile está enfermo, el superior debe visitarlo, no para cumplir una rúbrica, porque estaría mal visto que no lo hiciera. Debe visitarlo para acompañarlo, para consolarlo, simplemente para p a ­ sar el ra to y no para hacerle examen de con cien cia a ver si puede levantarse por la mañana e ir al coro. Se com enta en los ambientes de alta espiritualidad que la en ­ ferm edad ha p rovocado crisis de vida religiosa. Y es cierto, no por fa lta de presencia de Dios, sino por ausencia de los hermanos. P or­ que el en ferm o ha descubierto dolorosamente que lo dejan sólo, que se pasa meses en el hospital com o un hospiciano, sin nadie que lo visite. Ha sido una crisis peligrosa porque se ha disilusionado, ha descubierto personalmente que se encuentra sólo. Nada de extraño que una experiencia tan brutal le deje “ to cado” para toda la vida. El diálogo satisface la necesidad humana de saber y cumple el 8

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