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156 EL OBISPO RAFAEL DE VELEZ Y EL TRIENIO CONSTITUCIONAL obediencia a las leyes y los que las instituyen, la sociedad dejará de ser; el pueblo se convertirá en una carn icería ; el más fuerte devo rará al más débil” . También esto era un ju icio personal, demasiado teórico por el m omento, de no contar con el apostrofe siguiente: “ Así ha sucedido en nuestro siglo: así debe suceder, y así sucederá siempre que se desobedezca a los que cuidan de esta comun idad o reunión p olítica ” . Parecía no decidirse el prelado a concretarse sobre datos y acon tecim ientos demasiado recientes y visceralmente personales; sin embargo, aunque de modo general, abordó el tema propinando a sus ovejas las deducciones convenientes. Después de traer a colación la palabra de la Escritura Santa — ar gumento indispensable en los apologistas de este tiempo— y de con firmar el valor p ro fè tico de algunos párrafos sagrados donde se diagnostican situaciones y espíritus malos, hacía Vélez la aplicación a la reciente experiencia constitucional e ilustrada. Cuanto había enseñado la Iglesia veíase cumplido en el suelo patrio español: maestros, que se habían levantado “ para enseñar a todo el mundo un nuevo derecho de gentes, unos nuevos pactos en la sociedad, nuevo poder, distinta soberanía, las ideas más eversivas de todo o r den, de la Religión, de la sana y justa política ” ; se traba jó por de rrumbar toda dom inación legítimamente establecida” ; negóse “ obe diencia al Príncipe, que no se haya (previamente) sometido a sus decisiones” , com o si la sociedad fuera dueña de la autoridad, se in tentó “ destruir toda autoridad, que no reconozca su origen de los caprichos del pueblo” ; lanzados por este cam ino, se dio con la Igle sia, a la que se osó “ reform ar a su an to jo en sus doctrinas, prácticas, usos” . El resultado de esta invasión regeneradora sobre una sociedad ya constitu ida no pudo ser otro que la fa lta de respeto hacia lo más sagrado y más largamente confirmado por la existencia; d icho con negras y dolorosas palabras, “ no han dejado ni piedra sola en los edificios político y religioso, que no hayan movido, y sacado de su lugar” . El secular esfuerzo por las reform as term inaba con esta dolo rosa experiencia que venía a abatir las más sagradas trad iciones ae los pueblos españoles. Todos habían sido testigos del “ nau fragio h o rrible” en el que iban a sucumbir los imperios. T ronos y altares ha bían sufrido la sacudida de este olea je destructor. No eran los f e
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