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C. SANZ ROS 1 5 5 precio de las leyes y autoridades constitu idas” . Con todas estas c on secuencias por delante com o corolarios teóricos de una doctrina no suficientemente enraizada en la naturaleza no cabía en la mente popular otra postura que la del olvido, y dado el caso, la oposición directa. No era, volvemos a repetirlo, la adhesión a un credo político, c o mo quieren entenderlo algunos, lo que obligaba a Vélez a rechazar aquellos fundam entos sociales, sino su misma intrínseca carga dog mática, la cual atacaba la radical constitución social de los h om bres. En todo caso, el obispo reconocía su repugnancia hacia vo ca blos, cuyo significado etim ológico encerraba un con ten ido opuesto a la doctrina cristiana que él había estudiado y seguía profesando. Quedaba, por supuesto, tiempo y lugar para que los “ efectos, más perceptibles que los térm inos” , consagraran su virtualidad; en ton ces, tras la realización concreta vendría la deducción de sus verda deros alcances positivos y de sus constructivos valores. Claro está que Vélez estaba seguro que dichos efectos vendrían arropados con “ voces de lástima, de llanto, de consternación , de la mayor amargu ra ” . No se trataba de una mera ilum inación profètica. La experien cia pasada de los años constitucionales venía a confirmar lo que la teoría ofrecía tan generosamente a las cavilaciones del prelado. Vé lez dio un vistazo, siquiera somero, en este punto a la primera época constitucional para extraer algunas enseñanzas. Todo aquel acerbo de doctrinas que predicaba la nueva filosofía había ten ido su encuadre dom inante en la política nacional de los años 13 y 14. Primero, ya con anterioridad, se enseñorearon de las más relevantes y capacitadas inteligencias de nuestros políticos. Pa saron luego a ser programa de innovación legislativa e institucional. Cundió con ello por el suelo patrio una corriente de “ ilustración” demagógicam ente generosa y precaria en provechos. Toda España experimentó su vigencia y hasta su veneno. ¿Cuál fue su virtualidad? En este punto, haciendo resucitar el prelado ceutí su pluma de antiguo escritor polém ico, facu ltado además por su labor episcopal, d ictó su lección h istórica con acendrado acaloram iento. “ Se ataca a la sociedad, dirigiendo los tiros contra los que mandan. Se hiere el poder del Superior, cuando se le censura su conducta. Se rom pen los vínculos de toda unión, luego que no se obedecen las leyes establecidas. No habiendo un ión entre los ciudadanos en puntos tan esenciales a la sociedad, com o son la dependencia, el respeto, y la
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