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1 5 2 EL OBISPO RAFAEL DE VELEZ Y EL TRIENIO CONSTITUCIONAL Es cierto, sigue opinando Vélez, que la posesión de la autoridad no asegura las buenas intenciones de su posesor; ni la malicia de éste anula el e jercicio de aquélla. “Poco debe influir en nosotros que nuestros superiores sean buenos o m alos... Tam poco debe impedir nuestro respeto y dependencia el que nos aflijan, no nos premien, o no nos alaben : nuestros obsequios no se dirigen sólo a las personas; a quien principalmente los tributamos es a la autoridad que exer- cen, y a la representación que tienen de Dios, que es el que por ellos nos m anda” . La autoridad y la obediencia son, por tanto, necesarias de todo punto. El individuo está religado a Dios, y ccm o cristiano debe a co ­ modarse a cuanto mantiene esta ligazón. “ Dios o su divina palabra, la naturaleza y sus leyes inmutables, la sociedad, los hombres, nos­ otros mismos, la patria, todo cuanto nos rodea y tiene ser, todo nos predica que obedezcamos a Dios, y después a los hombres que m an ­ dan por el poder que del cielo han recib ido” . Transparente y rectilínea se man ifestaba la mentalidad del prelado ceutí sobre el origen y valor de la autoridad. No habían h a ­ llado hueco en su credo político las novedades que venteaban los tiempos. Al tener que opinar públicamente en honor a su servicio pastoral, seguía el cam ino más abierto en las mentes de la historia. Haciendo honor a la sociedad de la que form aba parte, se propon ía describir todas sus bellezas, a fin de conseguir en sus interlocutores una convencida aproximación práctica para beneficio de todos. Si la sociedad recibió al hombre en su seno al nacer, esta socie­ dad es la que exige la existencia de la autoridad y que ésta se com ­ plemente con una obediencia meditada y responsable. “ El Español, com o Ciudadano, no es más que su Rey, de la patria, de sus com pa ­ triotas, de la ley : com o Cristiano, no es, sino de Jesucristo, del Evangelio, de su Iglesia, de sus Pastores” . “ Como discípulos del Evan ­ gelio, o com o Españoles, ¿podremos cerrar nuestros o jos a los males terribles de que se ve amenazada nuestra España? ¿Qué causa da ­ rá un español para zaherir, insultar y perseguir a otro Español pací­ fico, quieto en su casa, y que obedece con exactitud cuanto ha ju ra ­ d o ?” . “ ¿Cómo podrá alguno — dice Vélez en otro lugar— eximirse de obedecer la ley que tiene jurada? ¿Quién podrá desobligarlo de su ju ram en to?” . Y viniendo al punto de vista moral, el que verdadera

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