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C. SANZ ROS 149 Gilmente se intuía una continuada y programada labor de ilustra­ ción y defensa de los principios de la ética política y de la moral cristiana, labor que desarrollaría mediante su propia actividad pastoral y sacramentaría. En esta primera remesa doctrinal, tras las historias de las Cor­ tes y sus labores congresuales, viene a recordar Vélez, aunque de m odo puramente tangencial, los más elementales estratos de la o r­ gan ización social. No proporciona detalles nuevos sobre su demos­ trada op in ión al respecto. “ Los hombres de todas las edades — afir­ ma el prelado— y países, con una voz bastante clara y perceptible hablan a sus semejantes y les dicen que el hombre no es soberano de sí m ismo, que cuando nace, tiene ya unas leyes que le ligan a un poder, del que es súbd ito: que nace dependiente de otros hom bres” . Esta alusión al convencim ien to “ casi” universal estaba en to ­ tal consonancia con la teoría tradicional que él había estudiado en su com pacta y volum inosa form a ción eclesiástica. Al mismo tiempo abría “ carta de a juste” a las nuevas teorías, que abordaban los espíritus al margen, y con peligrosa frontera, de ese sentir plu - risecular. In tentaba el obispo reafirmar el criterio más generalizado, no por ser el criterio tradicional, sino por presentarse con “ voz bastan ­ te cla ra ” “ El hombre nace para la sociedad” . De ahí que, “ si ha de vivir en la sociedad, en que sin elección propia se ve constituido, ha de someterse com o m iembro de ella a la autoridad que la cuida, gobierna, guía, da increm ento, conserva, consolida, perpetúa” . Esta inmersión del recién nacido en un estado de cosas pre­ viamente organ izado obliga al individuo a una postura necesaria­ m ente social, comunitaria, relacionada. “ Sociedad sin unión jamás ha existido: un ión sin deberes mutuos es una quimera” . La com u ­ n icación de deberes y derechos consolida el com p lejo humano en toda su existencia a lo largo de la historia. “ Los deberes, pues, de la unión, o sociedad en la que los hombres nacen y viven por natura ­ leza, deberán ser precisamente los que más consoliden esta unión. Inocu lado en la sociedad, deben radicar en el individuo mismo, en su naturaleza, los fundam entos que garanticen la existencia de esa misma sociedad y aseguren la “ conservación de lo hombres que la lleguen a com poner” . Entonces toda la organ ización , com o tal, redundará en bienestar común, que, por irradiación connatural a su propia esencia, hará extensiva la felicidad a cada uno de sus miembros.

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