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G. GRACIA GUILLEN 89 tro de la argumentación de los citados autores, ya que la terapia psi- coanalítica (al menos la freudiana) se monta sobre unas bases que, en principio, se consideran falaces e infundadas, y termina en el análisis critico de esas mismas bases, de modo que es como un interminable proceso espiroideo de crítica y esclarecimiento, en el que difícilmente pueden hacerse distinciones y valoraciones tajantes. El análisis psíquico puede ser religiosamente saludable, pero no precisamente el ateo de Freud. Dalbiez es consciente de esta problemática cuando escribe: «Si la crítica intrínseca de la religión no basta para demostrar el carácter dereístico de ésta, es una ilusión creer que la intervención del método psicoanalítico podrá dirimir el debate. ¿Cómo se sabrá, en efecto, que la interpretación psicoanalítica es válida, puesto que para tener certeza de tal validez es necesario estar ciertos, de antemano, del carácter de- reístico del producto a estudiar? La manera como Reik disimula su petición de principio acaba sólo por transformarla en círculo vicioso. El carácter dereístico de la Religión está establecido por el método psicoanalítico; pero la aplicabilidad del método psicoanalítico descan sa, a su vez, en el carácter dereístico de la Religión» 15. Dedúcese de esto que la religión, como el arte, debería ser irreductible al análisis y tener unos principios inmutables, necesarios y eternos anteriores y previos a toda intervención psicoanalítica. Es posible que tales prin cipios existan. En otras teorías psicoanalíticas que analizaremos más adelante, efectivamente, aparecen. Lo que resulta más dudoso es pen sar que tengan algo o mucho que ver con el psicoanálisis freudiano en cualquiera de sus planos. Rudolf Allers, Victor White y otros autores creen, por ello, muy importante advertir que el psicoanálisis analiza vivencias, no principios en su contextura abstracta, y que entre ellas se encuentran también las religiosas. Dalbiez, Mortimer Adler y tantos otros habrían confundido «principios» con «vivencias» o, como muy agudamente señaló ya en 1939 Zilboorg 16, «el alma» de Santo Tomás con la «psique» de Freud, cosa que no puede deberse más que a la enorme ((angustia básica» de los citados comentaristas, y que no con duce más que a desatinados planteamientos. 15. DALBIEZ, Op. cit., p. 361. 16. WHITE, V., Dios y el inconsciente (trad. esp., Madrid 1955), p. 95. ZIL BOORG, G„ «El conflicto fundamental con el psicoanálisis», en Psicoanálisis y Reli gión (trad. esp., Buenos Aires 1964), pp. 11-24.
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