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G. GRACIA GUILLEN 1 3 3 problema religioso del hombre se inscribe en una dimensión riguro­ samente transcientífica. Ninguna ciencia puede arrogarse tener la perspectiva radical de tal fenómeno. Ni tan siquiera la ciencia teoló­ gica, la ciencia de objeto más excelso según la especulación de siglos y aquélla a que el sentido común suele adjudicar la pertenencia de la cuestión religiosa del hombre. Craso error este último, según Zubiri, ya que la religión es un constitutivo formal de la persona humana, an­ terior y previo a todo saber y acontecimiento científicos. De aquí su riguroso carácter extracientífico o transcientífico. Porque la dimen­ sión religiosa es aquélla en que el hombre adviene a Dios, se trata de una cuestión sobre el lógos del Theos ; pero porque esta dimensión es previa y diferente formalmente a cualquier otra de corte científico, es por lo que Zubiri la ha rebautizado con el nombre de teologal, que es rigurosamente distinta a cualquier tematización de «ciencia» leo- lógica. Demos por suficientes las anteriores líneas. En ellas hemos in­ tentado decir que el psicoanálisis, en virtud de su carácter científico, posee una función esclarecedora de la realidad, también de la realidad religiosa; pero que esta función, en el caso del psicoanálisis, ni es total ni es radical. ¿Qué es, entonces, lo que esta ciencia singular pue­ de aportarnos? Yo diría que puede realizar una cierta función de es­ clarecimiento, como también pueden realizarla la historia, la filología, la teología o el análisis sociológico. Y, en ciertos aspectos, de modo más revolucionario y espectacular que algunas de las ciencias aludidas. Intentemos verlo. Ricoeur nos ayudará a ello. Para este autor, el psicoanálisis de Freud se sitúa en el grupo de las interpretaciones que practican la sospecha, al lado de Marx y de Nietzsche“ . El pa­ rentesco entre estas tres críticas de la conciencia «falsa» es evidente. Los tres atacan la misma ilusión aureolada de prestigioso nombre: la 86 . Es interesante hacer notar que en el año 1943, es decir, veintidós antes que Ricoeur, Pedro Lain Sntralgo escribió ya este sagaz párrafo: «No es un azar que en el lapso de cincuenta años haya nacido la obra de tres titánicos hermeneutas del ins­ tinto: Carlos Marx, que monta su esquema interpretativo de la Historia y de la Psi­ cología sobre el instinto nutricio, socialmente proyectado como vida económica; Fe­ derico Nietzsche, el explosivo y genial teorizador de la pasión del poderío, y Segis­ mundo Freud, introductor frío y cauteloso del instinto sexual en el entendimiento del hombre y de la cultura». (LAIN ENTRALGO, P., Estudios de Historia de la Me­ dicina y Antropología Médica, Madrid 1943, p. 105; cf. pp. 272ss).

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