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G. GRACIA GUILLEN 1 2 3 Yo) y un Inconsciente trascendental (del Super-Yo). «Mas, al igual que el Ello no puede reprimirse a sí mismo, tampoco el Yo puede jus­ tificarse ante sí mismo. Jamás podrá el Yo ser su propio legislador mo­ ral. Por tanto, no puede haber ningún «imperativo categórico» autó­ nomo, ya que todo imperativo categórico recibe su legitimación ex­ clusivamente de la trascendencia y no de la inmanencia» (DI, 67 - 8 ). ¡Qué lejos estamos de la concepción del Super-Yo como introyección de la imagen paterna! Si para el psicoanálisis el Super-Yo es una ima­ gen paterna introyectada, y por tanto también la idea de Dios, para Frankl, por el contrario, «Dios no es una imagen paterna, sino que el padre es una imagen de Dios» (DI, 70 ). Dios es el arquetipo de to­ da paternidad. En síntesis, el análisis existencial de Frankl descubre «dentro de la espiritualidad inconsciente del hombre algo así como una religiosi­ dad inconsciente, en el sentido de una inconsciente relación con Dios, una relación hacia lo trascendente, al parecer inmanente al hombre, aun cuando suela quedar latente» (DI, 74 ). «Esta creencia inconscien­ te del hombre que así se revela — incluida en el concepto de su «in­ consciente trascendental»— significaría que siempre es Dios inten­ cionado inconscentemente por nosotros, ya que desde siempre tene­ mos una relación intencional — aunque inconsciente— hacia Dios. Y este Dios es el que llamamos el Dios inconsciente » (DI, 75 ). Dicha religiosidad inconsciente puede ser también reprimida. El neurótico suele tener una deficiencia: su relación con la trascenden­ cia está reprimida. Pero, desde lo oculto del «inconsciente trascenden­ tal», la trascendencia reprimida se manifiesta como «intranquilidad de corazón», que puede desarrollarse bajo el cuadro de una neurosis (DI, 84 ). Pero esto es religiosidad enferma. De aquí que Frankl, in- virtiendo la frase de Freud diga: «La neurosis obsesiva es la religio­ sidad psíquicamente enferma» (DI, 86 ). Con lo que nuestro autor no la respuesta a las interrogaciones de la vida, a la responsabilidad frente a su vida. Este immilso moral es la conciencia. La conciencia tiene su «voz» y nos «habla», siendo éste un hecho fenoménico innegable. Ahora bien, la conciencia nos habla siempre en forma de respuesta. En este aspecto, el hombre religioso, psicológica­ mente considerado, es aquél que vive con lo hablado a quien habla, cuyo oído, por tanto, es en cierto modo más agudo que el del hombre no religioso: en el diálogo con su conciencia —en el diálogo consigo mismo, el más íntimo de los coloquios—, escucha también la voz del Interlocutor» (p. 81).

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