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118 RELIGACION Y PSICOLOGIA PROFUNDA el principio creador del mundo, se mueven más en esta línea — autores de la síntesis de todas las doctrinas del pasado, los llama Jung— que en la de Freud. Heredero de esta secular corriente, Frankl compara el tratamien­ to psicoanalítico freudiano, ridiculizándolo, a «una aventura a lo ba­ rón de Münschhausen» que, hundido en un pantano, se extrajo a sí mismo de él tirándose de la coleta: el Yo tiraría de la coleta del Su- per-Yo para sacarse del pantano del Ello. Intento inútil. «Al degra­ dar Freud el Yo a un mero epifenómeno, vendió el Yo al Ello; pero simultáneamente difamó el inconsciente, ya que en éste tan sólo vio lo que tiene de Ello, lo impulsivo, pasando por alto lo que tiene de Yo, de espiritual» (DI, 20 - 1 ). Frankl, pues, que acepta por principio la doctrina de Freud de que tanto el Ello, como partes del Yo y del Super-Yo son incons­ cientes, reprocha al maestro el hecho de que haya descuidado el estu­ dio del Yo inconsciente (limitación ésta que el propio Freud advirtió repetidamente en su obra) o, con otras palabras, del inconsciente es­ piritual. Para Freud «el Yo es concebido como construido de «impul­ sos del Yo». Aquello, pues, que reprime los impulsos (del Ello), que ejerce la censura de los impulsos, deberá ser a su vez impulsividad. Esto es tanto como decir que el arquitecto que construye un edificio sirviéndose de ladrillos, está construido a su vez de ladrillos» (DI, 12 ). Vemos, pues, cómo hace aguas en Freud la psicología del Yo. Aquí se interpone el análisis existencial de Frankl. En él se con­ trapone «impulsividad» a «responsabilidad». «El análisis existencial va coordinado con la virtud del sentimiento de responsabilidad, ya que interpreta al ser humano como ser responsable» (DI, 14 ). El análisis existencial considera al ser-responsable como rasgo básico esencial del devenir humano. Frankl expone así cómo llegó a esta idea: «Tratábamos de exponer el carácter de misión que tiene la vida y al mismo tiempo el carácter de respuesta que tiene el deve­ nir; no es el hombre, decíamos, quien debe indagar el sentido de la vida, sino que, al contrario, el hombre es el interrogado, es él quien tiene que contestar las diferentes preguntas que le hace su vida, aun­ que esta contestación es siempre una contestación «por la acción» ; sólo actuando puede contestarse verdaderamente a las «preguntas de

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