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G. GRACIA GUILLEN 1 0 5 mos y en que toda historia universal comenzaba con el Génesis, fá- cil nos resultaría dejar de lado los sueños y cosas parecidas. Desgracia- damente, vivimos en condiciones modernas, que nos hacen parecer cuestionable cuanto de esencial se diga acerca del hombre; en las que la gente tiene plena conciencia de que, si existe una experiencia numi- nosa, ésta es propia de la psique. No podemos figurarnos ya el era- pyreum que gira alrededor del trono de Dios y, ni en sueños, busca­ ríamos a Dios en algún lugar más allá del sistema de la Vía Láctea. Pero nos parece como si el alma humana escondiera secretos, en ra­ zón de que para el empírico toda experiencia religiosa consiste en un especial estado anímico. Si queremos averiguar algo con respecto al significado de la experiencia religiosa para quienes la tienen, brínda­ senos en el presente una oportunidad óptima para estudiarla en toda forma imaginable. Y si significa algo para quienes la tienen, este algo es: «todo». Tal es al menos la ineludible conclusión a que se arriba en el estudio cuidadoso de las pruebas» (JR, 92 - 3 ). Pero volvamos al «estudio de los símbolos naturales de lo incons­ ciente». Estos símbolos, en el hombre actual, se manifiestan funda­ mentalmente en los sueños. «El símbolo espontáneamente producido en los sueños de los hombres modernos, mienta una cosa parecida: el Dios interior. A pesar de que por lo regular la gente no repara en esta analogía, nuestra interpretación es muy probablemente acertada. Si tomamos en consideración que la idea de Dios es una hipótesis «no científica», resultará fácil comprender por qué los hombres olvidaron pensar en este sentido. Y aun cuando tengan cierta fe en Dios, recha­ zarán la idea del Dios interior debido a su educación religiosa que, tildándola de «mística», siempre despreció esta idea. Sin embargo, es precisamente esa idea «mística» la que se impone a la conciencia a través de sueños y visiones. Al igual que mis colegas yo mismo he visto tantos casos que desarrollaron idénticas clases de simbolismos, que resulta imposible ya cuestionar su existencia. Además, mis obser­ vaciones remóntanse al año 1914 , y he esperado catorce años antes de mencionarlas en una publicación» (JR, 87 - 8 ). Los sueños: he aquí la vía regia de penetración en la problemá­ tica inconsciente. A propósito de uno de sus pacientes, escribe Jung: «Inicié el tratamiento personal luego de haber examinado una prime­ ra serie de aproximadamente unos trescientos cincuenta sueños (del

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