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G. GRACIA GUILLEN 99 conocimiento de los movimientos afectivos del cuerpo; quien dis- tingue en este aspecto el amor bueno del malo... y estimula el cam­ bio, de modo que el cuerpo se apropie otro amor en lugar de aquel que siente, y quien es capaz de despertar amor en aquellos que no lo llevan dentro... ése sería el mejor médico». El arte, la religión, la moral, todo lo remonta el amor, y conoce también perfectamente el inconsciente, las aspiraciones del espíritu que se entrecruzan...» (F-P., 76 ). «Usted sonreirá, pero yo percibo cerca de usted también algo de la pureza del Señor, y siempre me invade una gratitud enorme y una esperanza al pensar en usted. De la envidia de los intelectuales lo que protege con mayor seguridad es el amor, y después de él, la creencia en la bendición de la humildad y en la hermosura del trabajo honra­ do del jornalero, que en la obra titánica de usted es extraordinaria­ mente grandiosa...» «F-P., 96 ). «En tanto que se haga a los hom­ bres buenos y felices, con o sin religión, Dios dará su aprobación a esta obra, sonriendo complacido...» (F-P., 100 ). Bellas frases todas éstas, henchidas de profunda psicoterápia, que al Freud neurótico, abandonado por sus mejores discípulos y de­ primido, hubieron de hacerle mucho bien, ayudándole en la tarea de intentar para sí una vida auténtica, verdadera y religada, a pesar de los prejuicios. En 1927 , poco antes de la publicación de El porvenir de una ilusión, Freud escribe a Pfister; «En las próximas semanas apare­ cerá un opúsculo mío que tiene que ver mucho con usted. Lo debe­ ría haber escrito en realidad hace mucho tiempo, pero fue pospuesto en consideración a usted, hasta que la presión 19 fue más intensa. Trato de mi actitud radical en contra de la religión, en cualquier for­ ma y a cualquier dilución, y aun cuando esta actitud no ouede ser nueva para usted, temía, y lo temo aún, que una declaración pública de tal naturaleza pudiera serle desagradable. Me hará saber después el grado de comprensión y tolerancia que le concede todavía a este hereje incurable» (F-P., 105 ). Pero poco después añade: «Sabemos que, por distintos caminos, aspiramos a lo mismo para los pobres hombres» (F-P., 10 ). Y más adelante aún, ante las finas críticas de Pfister: «Partamos del hecho de que los puntos de vista de mi tra­ 49. ¿D e n u e v o la p re s ió n d e «s u s c o n e x io n e s in co n scie n te s »?

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