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G. 2AM0RA milia de Francfort. A su nuevo destino se trasladó a finales de 1796, deteniéndose en Stuttgart para ver a los suyos. La ficha de su her- mana dice concisamente: «Volvió ensimismado», introvertido, jovial sólo en su circulo intimo. De los miembros de este círculo en Stuttgart se despidió con el año 96 ; entre aquellos se contaba la amiga de su hermana, poetisa ocasional y después modista, Nanette Endel, quien recordaría luego jocosamente aquella noche de san Silvestre en unos versos para el LVII cumpleaños del filósofo: In des 96 er Jahres letzter Stunde Las er daraus uns vor. Wir Hessen Schlaf und Traum, Wagten zu atmen kaum, Aug und Ohr hing an seinem Munde. La pincelada de su hermana era certera, y puede caracterizar, aun mejor que la expresión moderna de «la crisis de Francfort», esta nueva y decisiva etapa en la vida de Hegel. Sólo que esa crisis debía venir incubándose ya desde Berna, pues de otro modo no se le habría mostrado tan pronto y claramente a la hermana. La interiorización que ésta descubría en él era algo más que una simple trasposición de su mirada desde lo social a lo individual, o desde lo positivo a lo sub- jetivo. Era no sólo la conversión definitiva a la filosofía, sino sobre todo, el fulgurar todavía no muy preciso de lo que sería la intuición fundamental de la suya: la experiencia de la contradicción y del ca- rácter dialéctico del ser y del pensar... N o en vano le surgió en este trienio francfortés el llamado «programa sistemático más antiguo del idealismo alemán», o «fragmento del sistema», en el que aparecían ya bien prominentes ciertos rasgos vertebrales del mismo, como el principio Das Absolute ist Geist, la triada Idea, Naturaleza, Espíritu, o la superación de la filosofía en la religión. Sobre momento tan importante en la carrera humana de Hegel se muestran también parcos en palabras sus doxógrafos, como si el filósofo en ciernes lo hubiera sido, a su vez, con ellos. O hubiera que­ mado las naves, para internarse mejor en solitario, tierra adentro de aquel continente, cuyo dintorno se perfilaba brumosamente ante sus ojos. Un visitante de Hölderlin preguntóle si había tratado reciente­ mente a Hegel, a lo que respondió con un sí y un par de palabras

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