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G. ZAMORA 8 1 bre la personalidad de los profesores llamados por Altestein, le decía a S. Boisserée que aquél parecía haber querido rodearse de una guardia científica de ccrps. Quiénes formaran esa noble guardia lo manifesta­ ba, quizás con disgusto, F. K. ven Savigny en carta al conocido li- brero hamburgués F. Perthes: «Tenemos que agradecer este invier­ no a Altestein tres nuevos e importantes colegas: A. W. Schlegel, Hegel y el jurista Hasse». Atrás, en Heidelberg, era considerada su marcha como una pér­ dida irreparable por muchos, y a la par como la corona que faltaba a la ya pujante universidad de Berlín. La ida del maestro motivó la de algunos discípulos, que no que­ rían privarse de sus lecciones, pese a los inconvenientes del traslado. R. Rothe pedía a su padre permiso para transferir su matrícula a Ber­ lín, no obstante serle cualquier otra universidad preferible a la de la capital de Prusia, a la que decía profesar odio mortal. Este fervoroso hegeliano (que, además, se dejaba magnetizar por la figura de Schleiermacher) se formulaba a la sazón la pregunta de qué clase de filosofía podría suceder, en rigurosa consecuencia, a la de su maestro. El teólogo y amigo de Hegel, K. Daub, había opinado que ninguna. Rothe, por su parte, temía se siguiera «un largo sueño me­ dieval» : a Hegel le ocurriría tal vez lo que a Aristóteles, la suerte o la desgracia de ser mascullado maquinalmente durante siglos. El acan­ dilado discípulo se maravillaba de la semejanza entre ambos pensado­ res: «la misma precisión y lógica, la misma audacia segura de sí mis­ ma. Y ya en el mero plano histórico, Hegel se encuentra casi en igual situación respecto de toda la filosofía moderna que Aristóteles en re­ lación a toda la antigua. Platón y Aristóteles = Schelling y Hegel, ¡qué parecido tan sorprendente!». Mientras esos seguidores apasionados se perdían en especulacio­ nes yermas de perspectiva histórica, el buen sentido práctico de su suegra bullía de gozo con las nuevas de que el padre de sus nietecillos de Heidelberg, dando pruebas de un realismo laudable, se había com­ prado un carruaje para viajar más cómoda, rápida y económicamente a Berlín. (Continuará) G e r m á n Z am o ra Salamanca

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