PS_NyG_1971v018n001p0039_0081

8 0 HEGEL REDIVIVO tación del rey de Prusia, que un par de años antes había llegado tar­ de, cuando ya estaba comprometido con Heidelberg. ¿Por qué se mostraba ahora el filósofo tan fácil en abandonar esta ciudad? Apar­ te el señuelo de Berlín, los prusianos no le habían caído en gracia sino lentamente; pero los bávaros, en cuyas manos podía caer Heidelberg al amenazar desmembrarse el principado de Badén, debían serle aún menos simpáticos; Hegel recordaba, sin duda, las cortapisas que le habían puesto en el gimnasio... Ante la oferta de Berlín no puso si­ no ligeras condiciones de orden económico, relativas sobre todo a los costos del traslado de su familia y del alojamiento en la capital. Que­ ría gozar de holgura para consagrarse a su cátedra. Su desinterés se daba la mano con su amor a la ciencia. Por eso, si cambiaba un lugar como Heidelberg por los «arenales» del Spree, lo hacía, en última instancia, según las palabras del ministro, un tanto halagadoras para su rey, «sólo por afecto al Estado prusiano y sus esfuerzos en pro de las ciencias». Altestein sugiría se le conservara el mismo sueldo anual de 2.000 táleros que se pagaban a Fichte, con una bonificación ini­ cial de otros 1.000 para gastos de viaje e instalación. Por su parte, el filósofo, no menos solícito que un Aristóteles para con su viuda, pe­ día se asignara a su mujer una pensión para después de la propia muer­ te. La noticia de tan prestigiosa promoción se difundió rápidamente. Las reacciones del público intelectual fueron antitéticas una vez más, correspondiendo con bastante aproximación a las dos impresiones de tipo familiar que transmitía su madre a la señora H eg e l: «Adloff — le dicía— se humilla hasta el polvo ante la luz que va a irradiarse ahora de la cátedra de Fichte. Pero W. Grundherr está para llorar, pues prevee que ya no debe ir a Heidelberg». Schleiermacher sentía curiosidad por la evolución de los acontecimientos en la universidad berlinesa, una vez instalado en ella Hegel. Otros se preguntaban si no significaría aquel traslado una inyección de vida para la flosofía, como para el arte lo sería el simultáneo de A. W. Schlegel. Uno de sus viejos antagonistas confidenciaba a otro de la misma cuerda: «He­ gel viene acá. No le temo. Tengo al presente gran influjo sobre los estudiantes de mi facultad, y Schleiermacher le oscurece demasia­ do ... «¡Consoladoras palabras para Fries, a quien iban dirigidas! Goethe saludaba con albricias la traslación, y reflexionando so

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz