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76 HEGEL REDIVIVO de la actitud del público profano ante la filosofía en general, y fren- te a la de Hegel en particular. Con la promoción a Heidelberg, los Hegel quedaron arrancados del solar patrio de parte de la familia, pero el cariño de los que que daban en Nuremberg se abrió paso por el cauce común en tales casos, es decir, a través de la correspondencia. Destaca la de su madre polí tica, Susana von Tucher, atenta siempre más al primum v iv e r e que al filosofar de su yerno. «El bueno de tu marido — le decía a su hi ja— no debe irse con las manos vacías, por lo que encontrarás salchi chas fritas en la merenderà». Solicitudes intrascendentes, pero realis tas, de esa índole, a cargo de la suegra, aparecen una y otra vez en sus cartas familiares. En Nuremberg hizo ella de enlace con los ami gos lejanos del filósofo que aún ignoraban el traslado de éste. Así ocu rrió cuando su entusiasta discípulo de Jena, el holandés P. G. Ghert, que era ferviente apóstol de la escuela en su país, dedicó al maestro una copia de su obra Mnemosina sobre el magnetismo animal: «Ni so sp e c h a el in fe liz que n u e s tro c h ic h is b e o ss e n c u e n tr a en H e id e l berg». Y al filósofo recomendaba maternalmente la formación de su hijo Gottlieb, que ya había asistido a sus lecciones del gimnasio, lo quería seguir a Heidelberg, y le acompañaría luego a Berlín. La ma dre del mozo estaba persuadida de que «la viril dirección de Hegel le beneficiaría grandemente». Muerto su marido (1813), repartieron la biblioteca, velando la viuda para que llegara a manos de los Hegel la parte c o rre s p o n d ie n te , a u n q u e so sp e c h a b a q u e el p e n s a d o r encontra ría muy pocos libros de interés en la colección del difunto. Entre las prendas más admiradas por la señora von Tucher en su hijo político destacaban su serenidad y ecuanimidad difícilmente perturbables. Por ellas afirmaba que Hegel nunca se salía de su ca rril, sin perder la cabeza jamás, fuéranle los tiempos propicios o ad versos. <(Con sosegada prudencia se comportará en todos los trances de la vida — le aseguraba a su hija— y ni el éxito o los triunfos le harán perder los estribos, como a otros mil». Por ella sabemos que K. E. Schelling, el médico hermano del filósofo homónimo, era en Stuttgart notorio admirador de Hegel y propagandista de sus glorias, que lo preconizaban para el cargo de consejero áulico. ¿Cómo no sentirse orgullosa pensando en la dicha de su hija al lado de hombre tan insigne? Con ternura de abuela, mal
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