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G. ZAMORA 7 3 ton, dirigidas esta vez contra la teoría de la gravitación. La respuesta agradecida de Goethe no se hizo esperar, sintién­ dose confirmado en sus elucubraciones sobre aquellos temas, y com­ placido porque «la pureza, autonomía y simplicidad de la luz» habían sido vindicadas de ese modo por la más preclara de las ciencias, la fi­ losofía. Con este auxilio era meridiano para él que «los sueños del señor Malus y secuaces», es decir, de los defensores de la teoría cor­ puscular habrían de batirse en retirada. ¡Tan difícil es advertir el propio talón de Aquiles, y el de los compañeros de viaje! Había, ade­ más, otro motivo que a Goethe le inundaba de una satisfacción me­ nos científica: el hecho de que tal consuelo le viniera precisamente de donde, asociado al nombre Hegel, le había provenido algún tiem­ po antes un doloroso revés. «Lo que a mí me resulta de singular in­ terés, y que confieso con gusto, es que esa luz pura procede de Hei- delberg, donde se me trató con grosería firmada y, por cierto, en la reseña a una obra de Hegel». Dolíase el poeta, en la alusión, del ata­ que brutal, aunque algo objetivo, que Fries le había propinado en su recensión de la Ciencia de la lógica, publicada en los anales literarios de la ciudad (1815). En ella achacaba Fries a pedantería y arrogancia la repetición por Hegel y otros de lo que llamaba «la falta de Goethe», indicio según el kantiano, de que tales repetidores se aferraban a un nivel científico muy bajo. El incidente contribuyó a acercar más y más a los dos «grandes» aberrantes. En reconocimiento, Goethe enviaba al filósofo lo último que había escrito acerca de los colores entópticos. En su diario dejó constancia aquel verano de lo mucho que el consenso con Hegel le había confortado \ Decía vivir distanciado de toda filosofía desde la muerte de Schiller (1805), y refugiado en el cultivo, aplicaciones y 4. E l & 319 de la Enciclopedia citaba expresamente la autoridad de Goethe en confirmación de la propia concepción de ios colores: «Y o no puedo aducir aquí — escribe Hegel— nada más a propósito, por lo que se refiere al paso de una re­ lación, primero puesta exteriormente hacia la forma de ella como determinación o fuerza interiormente operativa, que el modo cómo Goethe expresa la relación de la disposición externa de dos espejos vueltos el uno hacia el otro respecto al fenóme­ no de los colores entópticos, que es producido en el interior del cubo de vidrio que se sitúa entre ellos»; 1. c. (trad. de E . Ovejero y Maury. Madrid, 1918, t. I I , p. 165). E l & 320 atacaba de frente y hasta cierto punto ridiculizaba la doctrina n e r o ­ niana: «Según la conocida teoría de Newton — dice— la luz blanca, esto es, incolora, consta de cinco colores o de siete, porque la teoría misma no sabe cuántos son 4

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