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G. ZAMORA 7 1 delberg, llegara a ser la piedra de escándalo para Hegel y los suyos, el cual — anotaba con resentimiento— «aun no nos ha visitado a nosotros, los profesores jóvenes, porque sin duda se cree con demasia­ do rango para ello». Un año después le comunicaba confidencialmen­ te el librero Ch. F. Winter que en Heidelberg las cosas iban mal pa­ ra él; había pasado por allí «un francés, Cousin, un filósofo» que, descontento de Fries, no se había separado de Hegel, exaltándolo hasta las nubes. Efectivamente, Víctor Cousin hizo un viaje de estudios a través de Alemania en 1817, y en otoño trató de entrevistarse con Schelling, a quien ya conocía, y el azar le hizo topar con Hegel, a quien desco­ nocía. El juicio emitido por Cousin sobre la nombradía y otros aspec­ tos de Hegel en aquella época adoleció de deficiente información, su­ perficialidad y sobrestima. Pues aunque es cierto, como Cousin escri­ bía, que el Hegel de Heildelberg no era aun el de Berlín, punto con­ vergente de todas las miradas, no lo es que su fama se redujera a las de un brillante discípulo de Schelling. Tampoco, que sus lecciones hu­ bieran apenas comenzado a darlo a conocer. N i que del francés enten­ diera tan escasamente como Cousin del alemán. Menos aun que no se comunicara casi con nadie, o fuera de menguada amabilidad. ¿Y no suena a autocomplacencia el dicho de que «en una hora me lo con­ quisté, como él a mí?». Mejor concuerda, en cambio, con lo que ya sabemos de Hegel este inflamado párrafo: «Desde mi primera con­ versación con él quedó formada mi opinión, percibí toda la amplitud de su espíritu, me sentí en presencia de un hombre superior y, al pro­ seguir mi viaje desde Heildelber a través de Alemania, lo anuncié por doquier, fui en cierto modo su heraldo, y de regreso en Francia dije a mis amigos: señores, he encontrado a un hombre de genio». No en vano confesaba este locuaz francés que la impresión dejada en su ánimo por Hegel era tan honda como confusa. Como última pince­ lada, véase este retrato gráfico del pensador, tan diferente del de Ro- d in : «Su rostro inmóvil y su frente sin nubes parecen la imagen del pensamiento vuelto sobre sí mismo». Con mayor mesura y crítico distanciamiento, lo definiría después como uno de esos hombres a los que hay que aproximarse no para seguirlos, sino para estudiarlos y comprenderlos, cuando se ha tenido la suerte de encontrarlos en el propio camino.

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