PS_NyG_1971v018n001p0039_0081

7 0 HEGEL REDIVIVO des se llamaban Fichte, Schelling, Jacobi. Además, «su posesión sería un logro grande sin disputa para Heidelberg». La constante objeción de los puristas del habla carecía ya de consistencia. Daub había dado al traste con ella mediante una averiguación concienzuda. Como si fuera poco, su método de enseñanza era universalmente alabado por su calidad, después de los años de docencia gimnasial. Sin duda, en ese canto a las excelencias del elegido se filtraba tanta exageración como en los denuestos de los adversarios. El mar­ char entre el ditirambo y el dicterio fue el sino de su carrera intelec- tual. De ese modo se anticipó la invitación de Heidelberg a la de Ber­ lín, y Hegel la aceptó, pues le sacaba de la penosa zozobra de los úl­ timos meses de Nuremberg. Al despedirlo, sus discípulos del gimna­ sio le regalaron un grabado de cobre representando a la Madonna Six- tina. 4 . H e i d e l b e r g y l a E n c ic lo p e d ia ( 1 8 1 6 - 18 1 8 ) La primera reacción ante el fichaje realizado por la romántica ciudad del Neckar procedía precisamente de la que había desperdi­ ciado una ocasión inapreciable para su propia universidad, Berlín, y la mostraba el profesor más prestigioso de la misma. En carta a F. H . C. Schwarz, profesor de pedagogía en Heidelberg, culpaba el gran Schleiermacher a «nuestro ministro (Schuckmann) de que ustedes nos hayan arrebatado a Hegel. Dios sabe lo que será de nuestra univer­ sidad con una falta tan notable de filósofos». Apenas llegado Hegel a su nuevo destino, fue propuesto para bibliotecario, por no haber otro en la universidad más acreditado pa­ ra desempeñarlo. Su trato asiduo comenzaron a disfrutarlo Daub, A. F. J. Thibaut, profesor de derecho e importante musicólogo, y el pe­ dagogo Schwarz. Frente a este pequeño, pero influyente círculo he- geliano se erguía el dejado tras sí por Fries; un miembro del mismo informaba a su maestro, al concluir el año, cómo se le trataba de «he­ reje», añadiendo que Hegel debía gustar; otro joven profesor le in­ sinuaba su esperanza de que un cierto Luden, también vocado a Hei-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz