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6 6 HEGEL REDIVIVO al que respondía necesariamente la exigencia de comportarse a tono con aquella distinción». Para Wirth era este estilo pedagógico el apropiado a hombres libres y constituía una invitación constante a obrar moralmente. Por ello rendía honor a las cenizas de aquel edu cador, con tanto énfasis como abominaba de su sistema filosófico. «Co mo rector en Nuremberg fue la acción de Hegel infinitamente ven turosa : también en mí encendió la chispa inextinguible de la liber tad ..., por ello tributo a su memoria mis más sentidas gracias». Era cierto que, a pesar del pequeño radio de acción en un gim nasio provinciano, la fama de Hegel se extendía con marcha incon tenible. Su magisterio en Jena, las obras publicadas, el influjo de sus primeros discípulos, etc., iban abriéndole horizontes. Y el reducto en que llevaba ya metido más de un lustro se le quedaba estrecho en todos los sentidos. En 1815 se disputó la sucesión a la cátedra de Fichte en Berlín. Entre otros nombres se barajaron los de Fries y Hegel, el de éste no siempre con la reverencia con que él pronunciaba el de sus gimnasias- tas. Un partidario de Fries no podía reprimir su enfado ante la can didatura del rival. «El misticismo reina aquí — advertía desde Berlín W. M. L. de Wette el 4 de marzo— de un modo atroz. Hasta dónde nos vemos hundidos en él lo prueba el que se acuerden de Hegel. ¡ Ca beza más embrollada no la he visto jamás!». Por entonces, ni Fries ni Hegel fueron llamados, sino que se rumoreó el nombramiento de un oscuro profesor de Erlangen — aquel Mehmel para cuya revista había reseñado Hegel una obra de F. Bouterwek a principios de si glo— . Cuando Jacobi lo supo se indignó, y no pudo ocultar su sor presa al consejero prusiano de Estado G. H . L. Nicolovius, como tam poco sus preferencias por Fries, y acaso por Hegel, a quien encontra ba menos fastidioso después de su segundo encuentro, Munich 1815. Jacobi, que se tuteaba con Nicolovius, censuró ásperamente a las au toridades berlinesas responsables del clan universitario, atribuyendo al espíritu de partido la postergación de los mejores y preferencia de una medianía. «¿Cómo imaginar que un sujeto tan mediocre (como el profesor de Erlangen) pudiera ser preferido a Fries? ¿O a un Hegel, el cual se había anunciado para esa plaza, como de él mismo lo he oído? Cuando pasó recientemente por aquí, le prometí recomendártelo.
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