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G. ZAMORA 65 Las más consisten en míseras fórmulas y tablas sin espíritu». Así las enjuiciaba un ciudadano de Nuremberg, unido por estrecha amistad a los Hegel. Este malestar de origen burocrático y político no le impedía, sin embargo, entregarse en cuerpo y alma a sus clases de filosofía. Un alumno de aquellos días, más tarde escritor rebelde al sistema hege- liano, lo reconocería elogiosamente a la altura de 1844. }. G. A. Wirth puso especial empeño en ingresar en el gimnasio cuando apenas con- taba quince años. Ambicionaba pasar inmediatamente a las clases su- periores del mismo, pero el rector lo consideró demasiado joven y só- lo tras varias pruebas que pusieron de relieve una capacidad de super- aotado, consintió Hegel inscribirlo en 1 a sección ínfima de la clase intermedia, que superó a las cuatro semanas. «El gimnasio de N u ­ remberg — nos dice— era entonces (1814) una institución modelo en el sentido propio de esta palabra... El rector se había reservado los cursos completos de filosofía, que seguían, por supuesto, su propio sistema, hoy no compartido por mí con el favor de entonces; con to­ do, es innegable que su método de enseñar despertaba enormemente el espíritu de los jóvenes». ¿Cual era y en qué consistía el método de Hegel para la inteligencia de la filosofía por un alumnado de gimna­ sio? Tal como Wirth lo describe, un aspecto del mismo atañía a la formación intelectual, y otro a la moral. «E11 primer lugar, utilizaba ampliamente en sus lecciones, para ilustrar las tesis de filosofía, noti­ cias de la historia natural y civil, de arte y la literatura antiguas; lue­ go dictaba frases cortas o principios, cuyo sentido quedaba a la libre discusión de los muchachos; durante esa discusión todos podían pe­ dir la palabra y tratar de imponer una opinión sobre otra, intervinien­ do de vez en cuando el rector para conducirla instructivamente. De esa manera recibían ios alumnos multitud de conocimientos, se estimu­ laba su inclinación a lo propiamente científico y, sobre todo, se for­ maba su ingenio». Pero el rasgo más benéfico de aquel método, y el característico del instituto, era el modo cómo Hegel y, a ejemplo del rector, los de­ más profesores, trataban a los escolares, dándoles el título de «señor» y armonizando con él cualquier reprensión o censura. «Gesto de tan­ ta consideración en un hombre cuya fama crecía de día en día, sus­ citaba en los jóvenes un sentimiento nada común de responsabilidad,

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